En 1967 inicié mi carrera literaria pública. Tenía veintiún años. Y digo la inicié porque fui seleccionado en el concurso Esso de aquel año, al lado de Héctor Rojas Herazo y Humberto Rodríguez Espinosa.
El mismo año apareció en Buenos Aires la novela “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, escritor que había ganado con “La mala hora” el primer premio Esso que se otorgara en 1962.
El éxito de “Cien años de soledad” fue apabullante desde el principio. Opacó casi de inmediato a su generación, entre quienes se contaban Manuel Mejía Vallejo, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella y Fernando Soto Aparicio, el único que continúa vivo.
También cobijó ese deslumbramiento a los escritores que empezábamos la difícil carrera de las letras y fue inevitable que nos convirtiéramos en epígonos en las referencias de los críticos y académicos. No era así. Pero la euforia daba para todo.
Tuve la fortuna de leer la novela en su primera edición. Cuando la terminé anduve medio tonto unos cuantos días.
Me invadió la misma fascinación de los primeros lectores. No podía creer tanta fabulación, tanta destreza en el lenguaje.
El descubrimiento de semejante universo, que ya se insinuaba desde su primera novela “La hojarasca”, fue un impulso increíble para mi definición como narrador. Y si bien jamás se me ocurrió que podía imitarlo, debo agradecerle la existencia de su magia para el desarrollo de mi futura obra literaria. Desde entonces he leído su obra con amor.
En 1982, cuando un grupo de escritores nos dirigíamos a Chiquinquirá para participar en el Encuentro de Escritores de ese año, supimos del Premio Nobel otorgado a nuestro paisano. La alegría fue desbordante.
Difícil que tengamos otro, pensé.
Nuestro Nobel comenzó a fluctuar entre el amor y el odio, entre la aceptación y el rechazo, porque el escritor también es un ser humano, también piensa y actúa según las circunstancias. Sin embargo, sobra fanatismo y odio en el pueblo colombiano.
Hablo del escritor, de su obra que es inmensa y trascendente y aunque el ser humano también es importante, sus debilidades y urgencias, sus apetencias o crueldades, no me importan demasiado.
García Márquez jugó un papel destacado en la política nacional, pero creo que lo que lo hace grande es su obra literaria, su obra periodística, su gestión cultural.
Y ese es su aporte al desarrollo del país. No acueductos ni casas gratis.
Y esa fue su apuesta a esa paz esquiva que tanto buscó y no pudo ver sellada. Ahora su muerte ensombrece al país.
Nos queda la alegría de su obra. Y hay que brindar porque se quede entre nosotros, en las páginas de sus libros.
Por eso, mi floramarilla para Gabriel.
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