Quién le dijo a usted que podía ser artista… Cómo se le ocurre pensar en ser escritor… Déjese de pensar pendejadas y busque ser alguien de provecho… Con estas frases se frustraba la ambición de muchos colombianos que querían seguir el camino de las artes. O se frustra todavía, no lo sé.
Y se repetían a lo largo y ancho del país porque todo lo que tuviera que ver con actividades culturales y artísticas era menos que actividades propias de seres fracasados, personas perezosas, individuos bohemios y borrachos sin futuro promisorio.
Esa era la visión que se tenía de la cultura y aunque muchos fueron reprimidos e ignorados tarde o temprano desarrollaron su instinto, su talento, guardado en el subconsciente como un pecado, para después ser orgullo de aquellos que los reprimieron y los despreciaron.
Pero es que para el Estado todo aquello que huela a inversión en el campo cultural es poco menos que un desperdicio, su apoyo no da imagen, su estímulo no da votos, porque el cemento es más importante que el espíritu, porque se domina más al ignorante que al instruido.
Así es como, por ejemplo, las publicaciones culturales y literarias nacen y mueren con la celeridad del entusiasmo de quienes las lideran, y se obliga al silencio a los medios de comunicación que tengan como objetivo resaltar y dar cuenta de los procesos creativos de los ciudadanos y de las comunidades.
De esta manera asistimos a la extinción de emisoras, programas radiales, espacios televisivos, suplementos literarios, revistas culturales, porque lo que importa es el billete, ese vulgar objetivo de explotar hasta la ignominia la ignorancia de los pueblos.
Ningún gobernante piensa en la riqueza espiritual de sus gobernados, olvidan que estimular la música o el teatro, las artes plásticas, la danza o la literatura genera en las comunidades un bienestar que no se compra con nada. Y sus cultores debieran ser consentidos por la sociedad.
He recibido como suscriptor un S.O.S. del fundador y director de la revista ‘El malpensante’ porque la publicación, excelente en contenido y en presentación, aunque alguno no esté de acuerdo con su orientación o con las opiniones de sus prestigiosas firmas colaboradoras, está al borde del cierre.
Andrés Hoyos ha creído oportuno recurrir al apoyo de quienes conocemos la publicación para tratar de sostener este medio que, si llegase a ser cerrado, sería una gran pérdida para la cultura colombiana.
¿Cómo dejar que otra ventana de la cultura se cierre por falta de apoyo económico? ¿Cómo es que aceptamos que no roben todos los días y nos resignemos a la persecución cultural de los medios que nos mantienen vivos?
¡Despertemos, por Dios, exijamos que, por fin, la cultura sea más importante que las armas!
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