Todo pasa, algo queda

Benhur Sánchez Suárez

Llegó la Filbo y siguió su curso. Porque así ha de ser. Es verdad. Y es verdad que yo no fui y pasé varios días con un tarugo en la garganta, con la angustia extraña de haber sido amputado, tal vez la extremidad invisible que me mantiene atado a la vida, la lectura.

Y es porque hay algo mágico en observar, palpar y oler esos miles de tomos que están para nuestro goce, muchos de los cuales no los podemos adquirir.

Y también están los escritores. ¡Ah, los escritores!, esos seres que a veces nos sacan de quicio porque se crecen los egos, se maltratan unos a otros y cada cual quiere ser el más referenciado, el más nombrado.

Quizá por esto último algo me dijo que no fuera. Porque, como en todo, más son los desconocidos y repudiados que los elegidos por el consumismo. Hay qué ver cuáles son los autores y los libros recomendados por los medios. Y por qué los medios se tornan en dioses que indican a la masa ignara y sometida qué es lo que tiene qué leer.

Y el público les cree. Hay quienes piensan que si el que pregona ser escritor no aparece entrevistado en el periódico, sencillo, no existe, o a quien no le reseñan su libro en las famosas revistas nacionales es apenas un loquito, más farsante que real.

En fin. Tal vez no me perdí de nada.

Y me curé. Me saqué el tarugo y levanté la cara. He leído dos libros de esos recomendados por los sabios, aunque adquiridos antes de ser recomendados por los sabios: “Hombres sin mujeres”, de Haruki Murakami, de quien se dice que alguna vez ha de ser premio Nobel de literatura, y “Aquello estaba deseando ocurrir”, de Leonardo Padura, un cubano de moda en la librerías del mundo.

Los dos son libros de cuentos. Los dos son muy buenos. Para mi gusto, el de Padura es más vital, visceral, más sacado de la cotidianidad de una ciudad, la Habana, que se abre poco a poco al mundo.

Uno de estos cuentos, titulado “Nueve noches con Violeta del Río”, me remontó a la juventud, al predominio del bolero como símbolo del amor, a las obsesiones de un joven que sueña muchas cosas al escuchar a la cantante en un bar.

El libro del japonés Murakami se me antoja más artificial, más proceso literario, más invención que realidad. Lo cual no es malo, simplemente no me gusta porque no encuentro la pasión que espero encontrar en un libro de ficción. Es un ejemplo de la vida artificiosa que ha generado el consumismo.

No fui, pero, ya ven, todo pasa, y no se consumó la amputación.

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