Espectador o actor

Benhur Sánchez Suárez

Definitivamente todo nos llega tarde, como decía Julio Flórez. Fuimos modernos cuando los demás ya eran posmodernos y globalizados. Nosotros apenas nos vamos globalizando porque seguimos las conductas que nos enseña la televisión universal.

Queremos tener todo lo que nos anuncian mientras dejamos de lado lo que se produce en nuestro entorno y hasta nos burlamos de quienes intentan demostrarnos que es más valioso defender la tradición que entrar al carrusel de la impersonalidad porque debemos ser ciudadanos universales.

En muchas partes del mundo la respuesta a la globalización y la despersonalización del hombre ha sido la “glocalización” o sea volver la mirada y el espíritu al mundo que nos rodea, sin desconocer, por supuesto, aquello que venga de fuera, nos enriquezca y nos confirme que somos seres libres y también pensantes. Y nosotros queremos ser abiertos y modernos.

Ejemplo de ese desfase y atraso cultural son las fiestas del folclor. No se defiende ni se rescata el sentir y la expresión de nuestras comunidades.

Danzas, bailes y música de muchas partes del país nos han acompañado y deleitado y casi opacado nuestras expresiones autóctonas. Esto en lo que tiene que ver con la parte de espectáculo que encierra el Festival folclórico y en lo que se invierten los recursos aportados.

Pero en la ciudad en general, la música predominante ha sido el insoportable sonsonete de la champeta y el vallenato, el ranchenato y el despecho. Para turistas y lugareños el festival ha sido el trago y la vulgaridad por calles, centros comerciales y cantinas improvisadas por las avenidas.

Pareciera que los reinados son lo único que anima a la ciudadanía en tanto deben participar para sacar adelante a su representante. ¿Esa es la tradición? ¿Alguien recuerda qué se celebra con tanto derroche de espectáculos?

¿Apenas somos premodernos? Tal vez el hecho de celebrar con espíritu citadino un festejo que era rural y campesino, un agradecimiento a la naturaleza por las cosechas y los dones de la tierra, haya desvirtuado una celebración en la que, como todo en la vida moderna, se taza en billetes porque el que paga manda. Y donde los cultores regionales pasan desapercibidos.

Tal vez debieran replantearse estas festividades porque la tradición se ha desdibujado. Que vengan todos los que quieran mostrarnos lo que hacen pero no por encima de nuestras manifestaciones. Que haya igualdad en la participación de los artistas.

Y, como he dicho siempre, participar en el festival no es sólo ser espectador de algo que alguien organiza, sino ser actor. Para vivir y sentir el festival folclórico se debe ser parte constitutiva del festejo. Y esa es una condición de la satisfacción que se tiene de ser nativo del Tolima.

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