Pretender ser novedoso con realizaciones que pasaron por la mirada de espectadores asombrados años atrás es una burla o un tratar de aplicar el viejo refrán “para descrestar campesinos”, cuando los campesinos ya no nos dejamos descrestar con tanta facilidad.
Esa es la sensación que me causó en el MAT el 15° Salón Regional de Artistas, Zona Sur, proyecto del grupo curatorial ‘Ruido Sur, transmisión de singularidades’.
Es una feria de instalaciones. La instalación es el eje que plantearon los curadores para escoger los proyectos que conforman el salón y representan su proyecto curatorial. Incluso quienes trabajaron la pintura tuvieron que hacer el esfuerzo de hacer instalación para estar presentes.
Para entenderlo mejor, el Salón obedece a un trabajo de curadores, no de artistas, quienes se ganan el privilegio de seleccionar la muestra con un proyecto que es premiado por el Ministerio de Cultura. Y de ahí en adelante a defenderlo, a comprobar sus postulados, por encima del desarrollo personal de cada artista.
Quizás sea esta la equivocación del Ministerio al olvidar a los artistas y dar relieve a unas personas que se dedican a mostrar sus ideas sobre el arte y sobre la región, pilares de su proyecto ganador. Ellos influyen en los artistas para que hagan aquello que potencie su demostración y, en definitiva, sólo escogen aquellos proyectos que se identifiquen con él. O les piden que “mejoren” su obra para que se acomode a su demostración.
Así, muchos artistas se desvían de su trayectoria pretendiendo ser nuevos, olvidan su trabajo con el que han demostrado sus capacidades y talentos, para caer en la orientación, casi siempre sesgada, de los curadores.
Por eso nada nuevo entre videos que no se escuchan por el “ruido” y por lo tanto mutilan la obra frente al espectador, expresionismo trasnochado en pintores que medianamente rememoran épocas doradas de la pintura de vanguardia.
Sin embargo, sin demostrar qué es “sur” en esta muestra, algo del espíritu de nuestro entorno permanece en los ojos del espectador. Por ejemplo, la familia en la instalación ‘Nómadas’, de Ana Tumal. Ella eleva el trabajo cerámico a narración múltiple y rescata la atmósfera de la familia, de la integridad remota de ese núcleo que ha sido violentado por la modernidad.
También es destacable el trabajo de Abel Rodríguez, de la etnia nonuya del Caquetá, porque no es la transcripción de la anécdota, sino una manera nueva de concentrar el espíritu de la selva, de la madre tierra, con tal de entregarlo al público con una visión transformadora.
Igual pasa con las fotografías de Jader Rivera, montadas en video, que nos hablan de un mundo paralelo, superpuesto y a la vez paranormal.
Y hasta aquí el “ruido” y paremos de contar.
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