Montaña de memorias

Benhur Sánchez Suárez

Qué buen libro el de Gabriel. Se vuelve cercano a sus lectores porque narra de manera amena los acontecimientos que ocupan sus desvelos de historiador y de huilense. Sobre todo de su amada región sur (del Huila, se entiende), su tierra natal San Agustín, y de Pitalito, escenario vital de sus padres, abuelos y bisabuelos, como habitantes del Valle de Laboyos.

Se trata de su libro “Memorias de la montaña, relatos para la historia íntima del Huila” (2007) que vengo a conocer doce años después de publicado.

Y se trata, por supuesto, de su autor, Gabriel Calderón Molina, profesional en Administración Pública de la Esap de Bogotá y en la Ecole Nationale d´Administration Públique (E.N.A.) de París.

De sus desvelos como historiador es otro bello libro “Huellas de la noche larga. Trasegar de un laboyano en la guerra de Los mil días” (2000) cuyo complemento podemos encontrar en este nuevo libro en el capítulo correspondiente a enaltecer la presencia de Leonidas Lara en la región, uno de sus últimos administradores de la “Hacienda de Laboyos” en los albores del siglo XX.

Quién más conoce la historia de la Hacienda de Laboyos, legendario enclave económico desde la época de la Colonia, es Gabriel Calderón Molina. Desmenuza de ella fechas, documentos, sucesos, personajes, esplendor y decadencia, en estos dos libros de historia “íntima del Huila”, que debiera ser lectura obligada de cualquier huilense que ame su región natal.

El libro que nos ocupa está desarrollado en cuatro capítulos: uno desarrolla la vida y obra de Leonidas Lara; el siguiente se ocupa de la historia de Drigelio Quigua, divertida y aleccionadora vida del hombre que tuvo pacto con el diablo; la tercera nos presenta “El camino de Isnos o El camino de los puercos” y la cuarta contiene siete relatos sobre la violencia en el Sur y un acercamiento a la del Norte, la de la época siniestra, la década sombría del siglo XX (¿Será la actual más siniestra y más sombría?).

La ventaja del autor en este libro es su manejo del lenguaje y la dosificación de la historia. Hay en él un ánimo didáctico que le permite narrar sin complicaciones de lenguaje, como si se contaran en familia estas historias, acudiendo a las palabras comunes y corrientes, con las que nos comunicamos a diario, a pesar del gran acerbo histórico y documental que da respaldo a su trabajo. Por eso sus bibliografías al final de cada capítulo, las referencias bibliográficas a lo largo de los párrafos a través de citas, su latente erudición.

He revivido mucha memoria con la lectura de este libro porque rescata no sólo la presencia de personajes emblemáticos sino la de seres anónimos que, de familiares a extraños, constituyen la historia del país.

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