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Pero, los muertos los ponemos todos. Me duele cuando las víctimas son de la tercera edad, ancianos, viejos, o como se nos quiera llamar, que solo mojamos prensa cuando somos tapados por una sábana blanca. Sudario lo llaman otros.
Es la indolencia infinita.
A eso hay que agregarle que los tiene sin cuidado darse contra el mundo, como si no les importara la vida, y así embisten lo que se les atraviese por delante, como adalides de la destrucción.
Y los sicarios también van en ellas.
A mí me parece que son adalides de la estupidez. Violan cualquier norma de tránsito y, lo peor, algunos acondicionan sus motos para que rujan más, como si se sintieran poderosos montados en ese ruido que pasa veloz y deja ensordecidos a los transeúntes que recorren la ciudad.
O el transeúnte las siente encima porque invaden las aceras como si fueran de su propiedad, no solo para avanzar sino para parquearlas de cualquier manera, sin importarles que las aceras sean para el peatón. Entre motos y carros invaden los espacios de los caminantes y casi que no hay espacio en la ciudad para caminar.
El respeto se quedó perdido en una moto destrozada debajo de un camión.
Ya no hay día en que no se conozca la tragedia de un accidente de tránsito en el que está involucrada una de esas “dos-ruedas”.
No niego que la popularización de la moto es un beneficio para la gente trabajadora, aquella que no puede comprar un carro (aunque ahora valga menos que una moto de alto cilindraje) y que sirve en gran medida al negocio de los domicilios, porque hay mayor rapidez en la entrega, o al negocio de la mensajería, o al obrero o empleado que la utiliza para ir o volver de su trabajo. Bien por el avance de la civilización.
Pero mal por el imperio de la barbarie.
Creo que una de las medidas a tomar por las autoridades es asimilar la moto a vehículo y aplicar las normas de tránsito en igualdad de condiciones. Que cada infractor responda por sus equivocaciones con el mismo rigor con que el conductor de un carro es sancionado. Y que paguen peajes. Que sientan que no hay privilegios. Y que la licencia de conducir no se les entregue sin antes no certificar que han pasado por un curso sobre normas de tránsito, de convivencia y de decencia, de respeto al peatón y a la utilización de las vías.
Dios me libre del día en que sean tantas que ya no haya por donde caminar.
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