Democracia solidaria (IV)

Alfredo Sarmiento Narváez

Y el Bien Privado, el Bien Público, el Bien Común?

Para consolidar la Democracia solidaria como cuerpo de doctrina es necesario detenerse en varios temas que remiten a narrativas políticas que se usan en el cotidiano, en muchos casos de manera ¨impune¨, entre ellos, el que refiere al bien privado, al bien público y al bien común.

El bien común y la noción de persona (tema que será objeto de tratamiento en próximas columnas), son los pilares fundamentales de su visión antropológica, de sociedad y de Estado basada en la Democracia solidaria.

El bien común es un espacio de encuentro y convergencia de los bienes privados y los bienes públicos. La gestión socialmente competente de un bien privado o de un bien público debe tener vocación consciente y responsable de contribución con el bien común de toda la sociedad.

La modernidad, y ahora la posmodernidad, han generado una fractura y honda escisión entre la esfera de lo privado y la esfera de lo público. Tan honda es esta separación de aguas que se habla de derecho privado vs derecho público, economía privada vs economía pública, moral privada vs ética pública, educación privada vs educación pública, seguridad social privada vs seguridad social pública. Sí la alcoba es la metáfora de lo privado, la plaza hace lo suyo respecto a lo público. Hasta tal punto ha llegado esta fractura que algunos hablan de lo privado como el espacio para predicar y practicar los vicios y lo público como el espacio para predicar y practicar las virtudes; viene a la memoria, a guisa de ejemplo, la historia de aquel líder político norteamericano que en su propio Estado condenaba la prostitución y promovía su prohibición y de manera furtiva solía pasar al Estado vecino a contratar servicios sexuales de prostitutas porque allá estaba esta actividad bien permitida (apelar a un ejemplo en el extranjero, no excluye ciertamente ejemplos vernáculos que se dan silvestres y quedan de tarea para el acucioso lector).

En la vorágine de las narrativas, la apología tendenciosa de lo privado se asocia casi automáticamente con visiones mercadocéntricas, con negociantes que legal o ilegalmente están prestos a cazar rentas, a especular con el capital, a engordar las tierras, a procrastinar con el trabajo, adoptando acríticamente conocimientos y tecnologías de otras latitudes sin hacer pertinentes adecuaciones al propio contexto. Lo privado es en estas narrativas el espacio natural de la competencia solitaria y agreste de los solitarios individuos y se asume que los intereses de la comunidad se igualan a la sumatoria simple de intereses individuales.

De manera igualmente precipitada se reduce la noción de lo público a una fórmula estadocéntrica, un estado adiposo eximido de cualquier parámetro de eficiencia, eficacia y austeridad con la disculpa de estar trabajando por lo social; un ¨ogro filantrópico¨ del que habló Octavio Paz que se arroga la gestión de la toda la agenda social de una comunidad presumiendo que los particulares en esta materia nada tienen que hacer, excepto pagar pasivamente impuestos. Desde esa narrativa, se ha convertido casi que en cosa natural, agenciar una sospecha metódica hacia toda iniciativa privada, todo exitoso empresario es culpable sin fórmula de juicio, se castiga la prosperidad particular y la burocracia es el botín para ir a cazar las rentas (continuará).

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