Sigo creyendo con Amartya Sen que los problemas de la democracia no se resuelven con menos democracia, sino con más democracia, y yo agrego: con más y mejor democracia.
Algunas escuelas de pensamiento social y político reducen la democracia a un mero procedimiento, a una técnica contable electoral que se ejecuta en unos periodos predeterminados, a una rutina y a un ritual medianamente público.
Otras escuelas afirman que la democracia no se reduce a meros procedimientos y afirman que, previo incluso que a cualquier forma específica de proceder, la democracia demanda una batería de actitudes y comportamientos cotidianos que implican el ejercicio de un sistema de valores tales como solidaridad, equidad, inclusión, pluralismo, autonomía, entre otros.
Yo adhiero a la tesis de que la democracia es un conjunto integral de actitudes, hábitos y formas de proceder para la toma de decisiones colectivas en diversos ámbitos existenciales a través de las cuales los seres humanos despliegan su condición de seres sociales abocados al ineludible, y al mismo tiempo, emocionante encuentro con otros seres humanos, seres que en principio no piensan, ni sienten, ni desean como uno siente, piensa y desea, seres humanos con los cuales es posible el milagro de la comunicación, de la comunidad y de la comunión y también es posible la fatalidad del desencuentro y de la colisión en las formas de percibir y actuar en el mundo.
Claro que si, sin duda, los procedimientos democráticos periódicos consagran la legalidad de las decisiones colectivas que se toman, pero son las actitudes cotidianas las que configuran una estética y ética de la comunicación en diversos escenarios de socialización, las que dotan a la democracia de un halo legitimador capaz de convocar la autonomía responsable de las personas y de los sujetos sociales.
Norberto Bobbio, en su libro “El futuro de la Democracia” afirma que sin duda es importante que la mayor cantidad de personas que pertenecen a una comunidad o colectivo tomen parte en las decisiones propias de ese grupo, esto es, que eviten abstenerse, pero que igualmente importante es el ampliar los ámbitos, los lugares para ejercer la democracia y actuar conforme a los retos que ella impone en materia de comunicación, deliberación, construcción de acuerdos, construcción de comunidades de propósito y de sentido y el trámite civilizado y pacífico de conflictos.
Ningún ámbito de encuentro entre seres humanos puede soslayar la importancia de asumir un compromiso cotidiano de consolidar cultura democrática, en ese propósito quedan interpelados escenarios sociales y organizacionales tales como la familia, el vecindario, la acción comunal, la propiedad horizontal, el club, la empresa, el gremio, la cooperativa, la mutual, el voluntariado, la escuela, la universidad, las cajas de compensación, las cámaras de comercio, las fundaciones, los territorios, los partidos políticos, las regiones, las naciones, las instancias multilaterales, las iglesias, entre otros; nótese que esta enumeración oscila entre escenarios de vocación claramente privados, pasando por escenarios de vocación pública, otros de carácter mixto y remite igualmente a escenarios organizacionales que revisten algún grado de sacralidad: la democracia como actitud y forma de proceder, la democracia como apuesta integral, se debe asumir y ejercer en diversos escenarios de sociedad civil y del Estado, desde la antropología de la persona y en el horizonte de la comunidad y del bien común.
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