La Cancillería colombiana, concordando con el Departamento de Estado, anunció que el “tema de las drogas” sería relevante y lo volvió anzuelo para, en el camino, relanzar la reunión.
Adicionalmente, el conflicto de las Malvinas y la oposición creada hace ya tiempo a las recetas del Consenso de Washington, así como las resistencias a las iniciativas militares norteamericanas en el Continente, no presagiaban una cita amigable. La secretaria Clinton anunció que percibía “ambiente hostil contra Estados Unidos”.
Al reafirmarse la exclusión de Cuba, Ecuador anunció su ausencia y ad portas también Nicaragua y Venezuela. De 35 países, sólo 32 presidentes acudirían.
Al reafirmarse Estados Unidos en sus posiciones acerca de la Isla y de las políticas antidrogas, la reunión previa de cancilleres no produjo resultados y el evento plenario del 14 de abril no superó los escollos, antes los ahondó.
Al final, ni Perú ni Bolivia salieron en la “foto de familia”, como la llamó la presidenta de Argentina, quien no encubrió el malestar por la falta de pronunciamientos favorables acerca de la disputa con Inglaterra en el Atlántico Sur.
Juan Manuel Santos se vio en aprietos para explicar el vacío de una declaración como un éxito. Los cinco “compromisos”, sobre desastres naturales, acceso a Tics, infraestructura, seguridad ciudadana y la consabida “lucha contra la pobreza”, si bien concebidos dentro de alianzas y negocios público-privados y de la integración de América, no significan de por sí una alineación plena con Estados Unidos.
Podría argumentarse que, dentro de la sutil política de “recambio” del Partido Demócrata hacia la recomposición con América Latina, esta Cumbre, que “admite disensos”, sería un paso de despolarización respecto al estilo anterior y, en ese marco, el uso de intermediarios “componedores”, como Santos.
Vale recordar las declaraciones de Arturo Valenzuela, ex subsecretario de Estado para América Latina en 2011, alabando dicho rol: “quiero hacer un reconocimiento sincero al presidente Santos. Creo que esta política hacia la región ha ayudado a Colombia, a la misma región, y a la relación de EE. UU. con la región”. Pese a todo esto, la disidencia primó sobre los patrones hegemónicos.
Lo sucedido es parte de un proceso, iniciado a comienzos del siglo XXI y con el final en suspenso. El pulso sigue, con la amargura para los contribuyentes colombianos pues la factura salió a su nombre: por ahora, son cerca de 30 millones de dólares, faltando otros rubros que podrían subirla hasta 50.
Con anticipación se perfilaron dificultades sobre la Cumbre de las Américas. La condición de algunos países, liderados por Ecuador, de asistir sólo si se invitaba a Cuba, hizo tambalear la realización.
Credito
Aurelio Suárez Montoya
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