directora General de la Unesco, diciendo que Bogotá era la ciudad de la música y se nos cayó la estantería con que veníamos sosteniendo nuestro más preciado imaginario, precisamente cuando el maestro César Augusto Zambrano y la Fundación de la Música se prodigaban en esfuerzos para hacernos sentir que la región Andina se volcaba en las cuerdas de tiples y guitarras. Sin lugar a dudas fue un golpe bajo.
Pero pensándolo bien, el francés nos dio un norte, solo que lo fuimos perdiendo con el paso de los años, pese a la encomiable tarea de personas como Alberto Castilla.
Ahora nos rasgamos las vestiduras y buscamos chivos expiatorios, sin embargo en el pasado reciente nos quedamos callados cuando por elevadas razones de estado: falta de presupuesto, se disolvió la Banda Departamental, se silenciaron los famosos Coros del Tolima y no se volvió a realizar el Concurso Polifónico Internacional.
Nada nos va a redimir por lo que dejamos de hacer. No vamos a poder rescatar ese título si no abrimos los espacios a la música, sino hacemos de los parques sitios de encuentros de chirimías, sino escuchamos el golpe de las tamboras en los barrios y el silbido de las flautas en los labios trémulos de los infantes.
Bogotá nos ganó por el “interés en abrir espacios para esta representación cultural”, mientras nosotros los cerrábamos por tacañería y nos olvidábamos de los serenateros, los duetos y los tríos, los conciertos de música clásica, los recitales de piano y los encuentros de rock. Cada que podemos les negamos la oportunidad a los nuestros y gastamos millones en efímeros conciertos, cuyos montos bien pudieran nutrir proyectos de música popular.
Pese a esa desidia, las voces melodiosas se escuchan en la universidad pública, los niños le cantan a los sueños y los grupos folclóricos repasan las cañas de Cantalicio.
Pero nos falta mucho más, por ejemplo que cada empresa, así como tiene su equipo de fútbol, tenga su coro, cada barrio el suyo y así inundaremos de voces y ritmos las calles y carreras de esta Villa de San Bonifacio.
Puede que Bogotá cuente “con una excelente infraestructura para la creación y promoción de todos los géneros musicales”, pero aquí tenemos el talento y la creatividad. Solo necesitamos tener conciencia de ello, para demostrarle a Irina, que la frase del Conde Gabriac sigue desde las páginas del viejo periódico, alimentando nuestro espíritu musical, a pesar de las ineptitudes burocráticas.
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