Miles de colados (por lo menos 8.000, según reportan los medios de comunicación), con boletas falsificadas, destrozando todo a su paso, pasando por encima de los niños y adultos mayores. Los aficionados colombianos tumbaron rejas, dañaron escaleras eléctricas y ductos del aire, regaron comida y se enfrentaron a golpes con el personal de seguridad. Muchos de ellos estaban completamente ebrios.
Hasta el máximo dirigente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, se vio inmerso en el escándalo al tratar de ingresar de manera violenta con su familia, y luego justificó su censurable actuación diciendo que fue “impulsada por su instinto paternal”
Lo más inquietante es que no se puede indicar que se trató de incidentes aislados, sino que esta situación responde a la idiosincrasia colombiana, en la que predomina la cultura del “vivo”, donde se alientan la trampa y la violencia como método para obtener lo que se quiere.
Eso también puede explicar un poco la sinrazón en que estamos envueltos a diario, donde se pretende atropellar a los demás, negar al oponente y pasar por encima de las personas que piensan distinto. ¿Es realmente este el camino que nos sacará del atraso, la pobreza, la desigualdad y la exclusión? Creemos que no.
Queremos creer que quienes nos representan son ese puñado de muchachos que lograron llegar a la final de la copa, a punta de esfuerzo, disciplina, trabajo tesonero, humildad y honestidad, y no el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol y los demás desadaptados que llegaron como una horda a vandalizar todo a su paso.
No vale como excusa responsabilizar de desastre a los organizadores (Conmebol) y a las autoridades de Miami, por no saber cómo actuar en estos incidentes. Aunque tuvieron su parte de culpa no absuelve el comportamiento de los hinchas.
Hay que reflexionar sobre estos hechos y no dejarlos pasar como una anécdota más. ¿Cómo enseñar a los niños a respetar las normas sociales? ¿A no imponerse con violencia? ¿A no engañar? ¿A censurar la “viveza” y la trampa?
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