Un barrio en una ciudad, una ciudad en una huerta

Crédito: Archivo/ El Nuevo Día. Barrio Modelia, ubicado en la comuna Siete de Ibagué.
Los que están muy arriba, pensarán que Modelia está muy abajo y en cierto modo tienen razón. Está tan abajo que los gobernantes no logran vislumbrarla
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He ahí que el presupuesto no alcanza a bajar hasta ese rincón donde los problemas psicosociales han hecho que se estigmatice su nombre y que muchos de sus habitantes se empoderen con esa estigmatización.

En ese contexto de la ciudad, desde el barrio, hasta uno de los primeros curas de la iglesia, se atrevió a decir que pidió un año sabático para recuperarse de Modelia. “Modelia me enfermó. Se me subió la tensión. Usted puede hacer lo que quiera por ayudarlos. Ellos tienen mucha pobreza, pero la principal está en su mente. Les gusta poner la totuma. Y lo peor de todo es que no quieren salir de allí” … Pero el cura olvidó por qué tomó los hábitos en nombre del padre misericordioso y como reza el adagio popular, “botó la toalla”, mejor decir, botó la sotana y se llevó la totuma. En realidad, sólo quien la habita puede definir a Modelia.

Es desde aquí que se quiere recobrar la memoria del barrio; al menos iniciar ese camino, para que sus gentes se reconozcan en sus calles, en los rostros de las personas que, como ellos, los de Modelia, llegaron a Ibagué, con la esperanza de un nuevo comienzo. Pese a que fueron muchas voces escuchadas, se delimitará un recorrido de esa memoria. Ya habrá tiempo para más.

Un primer recorrido se hizo por las calles de Modelia uno, Modelia dos y Territorio de Paz (invasión), en compañía de Leonela y Leidy, estudiantes de la I.E. Técnica Modelia, del grado noveno. Dos jóvenes que asumieron el rol de periodistas, tomando nota en sus libretas de apuntes, con una mirada distinta a la que con regularidad han visto al barrio por donde trasiegan a diario. Nada puede pasarse por alto. Se agudizan los sentidos para disfrutar la experiencia. Ya no es la tarea, es la curiosidad por descubrir lo que se esconde en la profundidad de la superficie.

Era el mes de abril, previo a la celebración de El día del idioma, cuyo tema central sería “Las memorias del barrio”. A eso de las dos de la tarde se encontraron en la calle principal, donde se concentra el comercio. Hora en la que se esquivan los rayos del sol, que incisivamente calienta el lugar. Rostros conocidos deambulan por los andenes, atiborrados de productos, extensiones de los negocios. Hay que tener cuidado de caminar por allí. No hay señales de tránsito. Las busetas tienen poco espacio para el recorrido. Los motociclistas, de todas las edades zigzaguean entre los automóviles, unos en movimiento y los que están mal estacionados a lo largo de la calle. Suele escucharse 2 Taller de escritura creativa Género Literario: Crónica - Centro cultural UT el grito de “¡Oiga, atravesado! Parece que le regalaron el pase” “estos motociclistas siempre creyéndose dueños de la carretera, esperando que los dejen como estampilla por ahí, porque mire, no se ponen casco y hasta se montan como cuatro en una moto” … “le faltó subirse al andén con carro y todo” …y uno que otro madrazo que no ha de faltar – manifiesta Leonela que eso es lo que se oye a diario. Esto lo dice con voz de queja –.

Primera estación. Variedades la principal, por la manzana 80. Antes, Variedades la nueva esperanza. Su dueña, la señora Francy. Hace más de veinte años llegué con mi esposo. La calle era antes como veredal. Mucha, siempre ha habido mucha violencia. Recuerdo que había muchos lotes desocupados. Nada de comercio. Iniciamos con ropa y papelería. En el tiempo ya hubo más variedad, por eso el nombre. Vimos la oportunidad aquí en Modelia. Teníamos un carro con placa de Neiva. Un amigo de Bogotá, mecánico, él nos acompañó a Neiva para lo de los papeles. Sus papás eran de Modelia. Conocimos el barrio. Ni a mis hijos ni a mí nos gustó. Luego vimos el lado positivo. No había comercio. Era central. A la gente le gustó el negocito y se fue surtiendo, de acuerdo a lo que la gente pedía, pues ya no tenían que ir al centro. No hay nada malo que decir del barrio. Para qué me voy a quejar. Por ejemplo, llegamos a la madrugada, bajarse de un taxi. No nos ha pasado nada. Al parecer es hacia Modelia uno, donde la gente habla de los problemas de robos y consumo. Pero para qué voy a decir lo que no es.

Mientras narra su llegada a Modelia, la señora Francy acomoda la mercancía que está encima de la vitrina y limpia el vidrio con una toalla, que luego dobla cuidadosamente y deja al lado de la caja registradora. Apenas si mira a quienes la interrogan, pues está pendiente de las personas y de la mercancía. Es un local relativamente grande, a manera de cacharrería, donde se puede encontrar, desde una aguja, perfumería, lencería para la cocina, bisutería, peluches y gran variedad de detalles para cualquier ocasión. De pronto, les dice a las dos jóvenes, que después vuelvan, porque está sola y no puede descuidar el negocio.

La curiosidad de Leonela y Leidy se va despertando un poco más. Se miran como preguntándose ¿a quién entrevistamos? Siguen caminando por la manzana 61 de Modelia uno. De repente, ven a una señora parada en la puerta de su casa. Le dicen el propósito del recorrido y la señora las invita a seguir. A la entrada se encuentra la sala. Es una habitación pequeña con una mesa de madera en el centro, dos sillas rimax y una poltrona de hule negro y tela gris en la parte superior. Hay un armario de madera que denota unos cuarenta años de existencia. Está de espalda a la sala, sirviendo de pared divisoria entre la sala y la habitación. Sobre el armario hay una figura de El divino niño, al que le falta la mano derecha, que sigue levantada hacia el cielo.

La pintura de El divino niño está deteriorada. Su rostro inclinado hacia la derecha en gesto de ruego por la mano perdida. Al lado del divino niño está la imagen de la Virgen María con vestido verde y manto vinotinto, llevando en su mano izquierda una vasija, en forma de canasta, de color plateado. En la mano derecha sostiene algo, sin forma definida, de color rojo. Entre la virgen y el niño Dios, se encuentra una veladora blanca, aún sin usar. Acompañan este paisaje, un trofeo de patinaje, un corazón rojo en madera, que pareciera parte del adorno de un mueble. Hay un reloj que se quedó parado en las 3:40 y en la pared contraria al armario, un cuadro de la virgen del Carmen que reza: “¡Oh preciosísima virgen del Carmen, bendice y protege nuestro hogar siempre!”.

Me llamo Edilma Matiz. Tengo 85 años. No tengo papá ni mamá. Ni marido tampoco, por eso no doy el “de”. 20 años de muerto, para qué el “de”. Mi papá Rosendo murió de 104 años. Mi Sofía murió de cien años. Toda mi familia de 90 y 100. Yo fui la única mujer hija. Mi papá me internó en el colegio de las monjas. Tres hermanos, abogados, menores. Son benditos esos chinos.

Hace como 12 años vivo en Modelia. Antes en Belén con mis padres. Murieron y llegué a Modelia. Me dijeron que era buena. Yo ya sola, tiene uno que coger para cualquier parte. Con la herencia de mi padre le repartí a los muchachos y con lo que quedó, me compré esta casita que estaba en pura tierra. Mi mamá me decía “llegó la loca del barrio” – dice esto riéndose a carcajadas –. Yo estaba segura de que era la loca del barrio. Yo la mechoneaba, le decía piojosa. Éramos felices. Mis hermanos son todos serios.

Esta casita no tenía sino la cocina. Entre mis hermanos, me fueron construyendo. Los de vivienda me la terminaron de arreglar, sin dar un peso. Nos tocó ir a La caja Agraria. Creo que eso es todo niñas. Vuelvan por acá, no se les olvide el camino. Me gustó mucho la visita. Perdonen que no les ofrecí nada, por estar hablando se me olvidó.

La señora Edilma, sigue con su mirada a las dos jóvenes y su ceño se frunce, luego retoma la sonrisa que ha conservado durante el encuentro. Es una mujer de aproximadamente 1.70 de estatura, cuerpo robusto y piel ajada por el sol, cuyas manchas blancas y cafés son huella del trajín que los años no perdonan. La blancura de su cabello y su sonrisa, hacen contraste con su amabilidad y ese afán por retener a las dos visitantes que están ansiosas por la próxima entrevista.

Hay que hacer una parada. Una foto por las calles recorridas no está de más para dos jóvenes que se han tomado en serio el registro de las memorias del barrio. La sed no da tregua. El sol persiste y persigue a las caminantes. Son jóvenes y van comentando las impresiones del recorrido que han hecho. Sus apuntes han tratado de recoger las voces y los detalles, tal cual como les recomendaron para su tarea. Un milo frío con almojábanas estuvo bien para la sed y como onces de la tarde. Llevaron pan extra y gaseosa para continuar su travesía.

Entran a la oficina de Aqua Modelia. Pero esta visita da para otra narrativa que amerita buen papel y mucha tinta, puede que esta se riegue y deje una mancha difícil de borrar. Caminan por calles y carreras. Hablan con uno y otro. Saludan a sus compañeros del colegio y fijan su mirada en las casas que se encuentran cerca al colegio donde estudian.

Son las Huertas de Modelia. Como van en compañía de su profesora, piensan que serán bien recibidas y que allí encontrarán huellas de los inicios de su barrio, porque el campo se asoma a la ciudad, sobre los techos de las casas – huertas.

En contraste con las arroceras que quedan al respaldo de Modelia, se ven las hojas de plátano, varios árboles y restos de madera vieja. Y es que, así como se habla de las invasiones que acechan la zona, están las casas-huertas que se posesionaron de un terreno al que se aferran, para no olvidar el terruño del que fueron desarraigados en el desplazamiento por culpa del conflicto armado en Colombia.

Hace más o menos 14 años tuvimos que abandonar la finca. Alcanzamos a vender el ganado y con eso compramos este terreno. Ahí nos fuimos acomodando. Primero fue la casita de madera, donde nos acomodamos todos. Nos mojábamos cuando llovía. Cocinábamos con leña. La luz era un bombillo que nos prestaba el paisa, un vecino.

Es la voz de la señora María Inés, abuela de Yaira Vanesa, otra joven estudiante que también prepara la tarea para la izada de bandera, con los inicios de la familia en el barrio. A medida que van hablando se recorre la huerta. Hay residuos de una casa al fondo, hecha de manera improvisada, con pedazos de polisombra y los restos del pasado. La cocina con fogón de leña que de vez en cuando utilizan, para darle sabor al sancocho casero. Es curioso ver los símbolos del desplazamiento en objetos regados por los rincones: una bota de caucho sin su par, abandonada sin esperanza de ser recogida. Un par de muñecas barbie desnudas, una boca abajo y otra al lado, sin un ojo, que se asoman a uno de tantos huecos que hay en la casa de madera. Al parecer llevan su tiempo y los miembros de la familia pasan indiferentes ante su presencia en el territorio.

Cabe resaltar el contraste que hay entre la casa que llaman la casa nueva y la casa de madera. Al llegar a la entrada está la casa nueva con su estructura en cemento, todavía en construcción, pero con espacios ya definidos como las habitaciones, la cocina con una mesa que hace de comedor, el espacio que utilizan de sala (con un solo mueble-poltrona) y de estudio, pues Yaira pega con cinta, un plástico transparente en la pared que le sirve de tablero para explicar a sus dos hermanos menores, los temas que no entendieron en clase. Ella hace de “Madrina pilosa” para pagar las horas sociales, pues ya está en once. Después de la cocina se ve el patio, reflejo del pasado, la finca, el desplazamiento, el patio de juegos de los niños, que disfrutan las escondidas entre los árboles frutales y las matas de plátano. La calle no es un lugar de juegos. Todo transcurre dentro de la casa.

Los tres niños no los dejo salir a la calle, para eso tienen un patio, que parece una finca, donde juegan a la lleva, al escondite, a veces a los policías y los ladrones. – dice Yobana –.

Y armamos columpios con lazos y tablas. Aunque el televisor y las novelas entretienen a Natalia… hasta cuando vivimos en la finca donde nací, tengo buenos recuerdos. Era una finca muy grande con dos potreros y una casa de madera con una parte de ladrillo. La finca también tiene una quebrada. Hay animales, plantas, sonidos muy encantadores y una libertad sin restricciones. Uno puede respirar aire limpio. – interviene Yaira –

Yaira va narrando su pasado en la finca y su rostro se ha tornado algo serio. Ella tiene unos ojos grandes y de mirada profunda. Pese a que tiene 18 años, su apariencia es la de una niña de aproximadamente 15 años. A diferencia de otras jóvenes de su edad, ella conserva el rostro limpio, sin maquillaje. Tiene un cabello ondulado que le llega hasta más abajo de su cadera. Mientras hablaba fue haciéndose una trenza que luego recogió sobre su corona con una moña de flores grandes. Dijo que estaba ensayando su peinado para el “english day”, pues concursarían por grados para elegir el peinado más creativo. Se ríe entre animada y a la expectativa de las visitantes y continúa su relato.

En ese lugar vivimos hasta cuando yo cumplí cinco años y luego nos vinimos un año para Ibagué, regresamos a la finca, pero finalmente nos volvimos para Ibagué. Aunque donde vivimos hay naturaleza, no es lo mismo que la finca. Es que recuerdo mucho que cuando jugábamos con unos niños que vivían en la finca, éramos un grupo grande, pues ellos eran doce y yo. Así que nos divertíamos jugando a las escondidas, al fútbol, el ponchado, la golosa, canicas, cartas, chicle, el caballito, tío rico, a las torres de tierra o en ocasiones de barro…bueno, si mencionara todos los juegos, yo no acabaría de contar, porque uno a esa edad tiene tanta imaginación, que bautiza los juegos de una forma diferente.

Mis hermanos y yo tenemos la fortuna de tener una abuela que es como nuestra madre y mi abuelo como nuestro único padre. Ni me pregunten por mi papá porque ese señor se desapareció de nuestras vidas. No me preocupo por saber dónde está, mejor dicho, ni me acordaba. Mi abuelo es mi único padre. Hay ratos donde nosotros jugando, le decimos a mi mamá hermanita, pero eso es sólo un momento de recocha. Soy una joven con pocos amigos y en verdad creo saber por qué y es porque yo desconfío de todas las personas, entonces esto hace que yo siempre viva a la defensiva, pero espero que con el tiempo pueda encontrar al menos una persona que no me de desconfianza.

El relato de Yaira ha llamado la atención de las visitantes y en especial de los miembros de la familia, como si fuera la primera vez que la escucharan con estos recuerdos. Los dos hermanitos, Natalia y Brayan, están sentados en el piso y comparten esa mirada profunda, la seriedad particular de los niños Leonel Conde. Escuchan muy atentos el relato de su hermana, a quien reconocen desde la autoridad de hermana mayor. La autoridad se la delega Yobana, la madre, porque dice que como ella no estudió sino hasta quinto, es Yaira quien les hace refuerzo de las tareas en las horas de la tarde… ellos saben que deben hacerle caso a Yaira.

Hummm… es que ella es brava, algo delicada, porque si no le hacen caso, la cosa se pone seria. Y así debe ser, porque ella saca tiempo para ellos, pa’que no salgan con un chorro de babas en el colegio… – dice Yobana con su tono de voz con autoridad, mientras los niños la siguen con la mirada seria y Yaira baja la mirada, luego la alza con su rostro más serio que el de los niños –.

Pese a que está presente la abuela, es Yobana quien todo el tiempo tiene el control de lo que sucede en la casa, tanto con lo que dice, como con sus gestos, en especial su mirada directa a cada uno de sus hijos, como orientando cada paso, una especie de código que ellos interpretan fácilmente. Es claro que la casa marcha bajo la dirección de la madre.

En familia jugamos naipe y parqués. Cuando llegan del colegio les pregunto: ¿cómo les fue? ¿ganaron la evaluación? ¿cómo les fue con la exposición? Al medio día, llegan, se cambian el uniforme y almuerzan. La losa del desayuno la lava la abuelita, la del almuerzo, Yaira. Arreglar la casa, barrer y traperas, yo. Cada uno lava la ropa – retoma la palabra Yobana –.

La abuela poco participa de la conversación. Está en la cocina preparando el chocolate negro para la visita. El chocolate lo acompaña con un tamal, de los que le quedó de la venta del fin de semana. Es lunes festivo y no hay afán por hacer comida, los tamales están bien para “los tres golpes”. Además, es una de las maneras de conseguir el sustento para la familia. No hay necesidad de preguntas, pues la conversación fluye, a medida que se mencionan los temas familiares, se sigue el hilo de estos como una necesidad de decir aquello de lo que no se habla, pero que la memoria jala como una hebra que quiere desenredar los hilos del pasado para seguir tejiendo el presente.

Mi papá empezó a sembrar limón, palos de naranja, matas de cacao; también, a criar aves, cerdos, con el tiempo, cerdos. Mi papá siempre ha salido a buscar trabajo en las fincas cercanas. Mi mamá haciendo tamales y morcillas. Todavía las hace. Cuando yo llegué con mis tres hijos: Brayan, Natalia y Yaira, siendo Brayan de tres meses, tuve que trabajar en casas de familia, aún lo hago. Cuando no me sale trabajo, siempre le ayudo a mi mamá con los tamales -comenta Yobana con voz tranquila y segura.

Las visitantes se miran y suspiran. Ellas hacen parte de la memoria del barrio, pero ahora sólo quieren seguir escuchando. Una de ellas les pregunta qué es lo que más les duele haber dejado en la finca. 

En la vereda quedaron mis dos padrinos, Gladys y Alirio, a los que visitaba cada ocho días. Los recuerdo porque lo mejor eran los helados de leche que nos daba y poder jugar en el parque del caserío, donde ellos vivían. Porque nosotros vivíamos en la finca y no había parques para jugar. A mis siete años no sabía de la violencia; además, a los dos días salimos en el barrio Modelia a pedir dulces, porque era 31 de octubre ¡Nunca habíamos recibidos dulces gratis! – dice Yaira en tono alegre –.

Por las fincas no se vivían esas cosas de novenas, ni navidad, Yo supe qué era eso, hasta que llegamos a Modelia. Mi infancia la encontré con mis hijos. El padre de ellos pronto abandonó el nido, así que no es que duela mucho haber dejado cosas. Lo que duele es la tierrita, la estabilidad que se tenía, pese a que no teníamos cosas, que ahora nos damos cuenta que no teníamos allá. No se extraña lo que no se sabe que no se tiene… ja…ja... me enredé… (Yobana)

Uno a uno van interviniendo los integrantes de la familia Leonel Conde, quienes al igual que otras familias, se posesionaron de una de las parcelas del terreno que dieron por nombre “Las huertas” ubicadas a unas cuatro cuadras del colegio donde estudian los niños. Pese a que han pasado ya casi quince años de la posesión de los terrenos, familias como los Leonel Conde, aún no han hecho el proceso que los acredite como los dueños de la casa-lote. Pagaron un dinero a quien les dijo ser dueño, pero nunca les dieron papeles. Al parecer el abuelo, no tiene afán de hacer los papeles, dice que para qué, si ya llevan mucho tiempo allí y no los puede sacar. Nadie refuta lo dicho por el abuelo y se sigue la conversación, cuando Leidy pregunta si fue duro para ellos llegar a Ibagué.

Pues mire que no mucho. Como usted puede ver, la huerta es como la finca. Más pequeña pero aquí también tenemos los animalitos. Mire la cochera, las gallinas que nos ayudan para la platica. Vendemos huevos y pollos arreglados. Si los quieren, hasta con las tripas arregladas los vendemos. Las tripas todavía las come la gente de por acá. Adobadas con salecita y ajo, quedan muy ricas. (Yobana)

Mientras discurre la charla, Natalia una de las hijas de Yobana, busca los huevos. Primero mira en unos cajones de madera reciclada, allí recoge cuatro. Se dirige luego a la cocina vieja, la de leña, donde recoge dos más. Así va por los diferentes lugares donde ya sabe que las ponedoras dejaron sus huevos. Camina sigilosamente, agachándose y metiéndose entre los árboles y arbustos, como jugando a las escondidas, en un juego que es sólo de ella y con el permiso de las gallinas. Es una rutina que realiza a diario, un pacto con las ponedoras, que la reconocen cada vez que les echa el maíz y los restos de comida. De ahí el buen sabor que les permite ofrecerlas como criollas y recibir buen pago por ello.

Bueno, como le decía, seguimos con las cosas de la finca. Por ejemplo, la comida como en la finca, estilo soldado. A las seis de la mañana, el desayuno: caldo de papa con tortilla. De pescado, según lo que haya. Con arepa más aguapanela y tinto. Si hay del día anterior, se hace calentado. Para el almuerzo: sancocho. Plátano más papo, carne o pollo o pescado, según lo que haya y arroz con guiso. A veces hay jugo de la fruta que esté en promoción o limonada. Ya a la comida: lo que quedó del almuerzo y se agrega un huevito, si es que quedaron.

Al escuchar a la señora Yobana, con sus 38 años de edad, se siente en su voz, no sólo el acento de campesina tolimense que aún conserva, también la necesidad de hacer ver que ella es la autoridad en la casa. El tener que huir de la vereda El Horizonte del municipio de Ortega, le da esa autoridad para pensar que nadie puede pasar por encima de ellos, se hace necesario proteger a su familia en la huerta-casa, porque el ambiente de Modelia no es bueno, según dice ella. Incluso en Pandemia los niños no fueron al colegio cuando se habló de la alternancia, porque veía la irresponsabilidad de las familias de su cuadra, al permitir que los niños y jóvenes salieran a la calle.

Yo qué los iba a mandar al colegio, si veía a las chinas con novios, besuqueándose en la calle, encima unos de otros. Hummm… para que contagiaran a mis hijos con el virus. No señora, aquí estaban bien. Mire, es que ni siquiera vamos al centro, ¿pa´qué? Para ver tanta perdición como hay. La Yaira está en once y no tiene novio todavía, ella está para estudiar y si no, pues que me diga de una vez. Pa’lo que hay que escoger en este barrio, sólo viciosos que se paran en la esquina para ver a quien roban. Mire usted se da cuenta nada más cuando salen los niños del colegio, ese humero que nadie se aguanta, pura marihuana y quién sabe qué más. Y esas chinas también fumando, porque uno las ve, empezaron desde chiquitas y nadie les dice nada, ni en la casa, ni la policía, porque les tienen miedo. Es una perdición y por eso yo cuido a mis hijos, no hay de otra.

Yaira la mira con rostro muy serio, sin decir nada. Ella no conoce la ciudad, más allá del recorrido que hace de la casa al colegio y viceversa, como del comercio de la calle principal de Modelia uno y dos. Allí compra los materiales que necesita en el colegio. Le gusta pintar con acuarela. Es capaz de diseñar todo lo que le pidan de tarea en artística o cuando se hacen celebraciones y debe mirar cómo consigue los trajes y todo lo que necesite para sus presentaciones; ahí es donde se vale de todo lo que la huerta-casa le regala, desde las hojas secas, hasta las cáscaras de huevo, de frutas y todo lo servible para sus diseños caseros.

Así como hay un contraste entre la casa nueva y la casa de madera, lo hay entre las demás familias de Modelia, quienes, en su mayoría también son desplazados por el conflicto armado en Colombia. La huerta-casa de los Leonel Conde conserva su origen campesino. Los otros viven del rebusque. Los que son dueños de negocio, ubicados en la calle principal, emplean a estudiantes en las horas de la tarde, quienes ven en estos trabajos mal pagos, una mejor opción que ir al colegio.

Son muchos, los que como Yaira, no se han pensado como parte de la ciudad, ellos son parte de Modelia. Los que más, conocen los barrios aledaños, entre ellos el barrio El salado, un lugar para conseguir trabajo, de manera ocasional, como en los fines de semana donde la rumba y el trago ofrecen muchas posibilidades, eso sí, sin dejarse pillar de la policía. Y es que, con los subsidios del gobierno, como familias en acción y el PAE, “hay que mandar a los chinos al colegio y que pasen como sea, así sea raspando, con tal de que den esas chichiguas que para algo alcanzan y que tengan el desayunito en el colegio” – expresión de una madre de Modelia –.

Esta historia sin fin, se cierra con las palabras de Yaira a sus dos madres:

Un ejemplo de lo que yo tengo en mi casa, es mi abuela y mi madre. Ellas dos nunca se rinden. Cuando es el momento de solucionar un problema, aunque sea muy duro y ya no le encontremos una solución, porque para muchos es imposible, para ellas no lo es. Un día se nos reventó un tubo del agua. En la casa estábamos todos. Mi abuela les dijo a los hombres de la casa que si ellos podían arreglar el tubo. Todos dijeron que no, porque no eran plomeros. Lo único que hizo mi abuelo fue ir por trozo de palo y ponérselo como tapón para que no se regara más el agua.

Eso fue un domingo. El lunes, cuando todos se fueron, ella misma fue a la ferretería del barrio, compró lo necesario y sin ser plomera lo pudo arreglar… ¡Por eso soy así! Cualquier cosa, con el instrumento que me pongan, soy alguien con mucha imaginación y creatividad, por eso en cualquier lugar voy a brillar.

Esperemos que esa imaginación y creatividad que heredó Yaira, le permita salir a la ciudad y encontrar en ella todas las posibilidades para que pueda cumplir sus sueños de ser una arquitecta, si le alcanza el puntaje del ICFES; si no es así, esta joven diseñará otro sueño posible de realizar.

Credito
Profe yolis de Modelia

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