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En la década de los 90, el Panóptico de Ibagué aún era una cárcel y los reclusos recibían cientos de visitas cada fin de semana, por lo que comerciantes de los alrededores aprovechaban esta oportunidad para ofrecer diferentes productos y servicios que los familiares y seres queridos requerían para ingresar.
Este edificio diseñado por Mirtiliano Sicard y construido por Ricardo Correa y Lisandro Herrán entre 1891 y 1893, durante 98 años funcionó como un centro de reclusión. Hoy es un museo regional abierto al público que cada año recibe miles de visitantes nacionales y extranjeros interesados en conocer la historia de este lugar, declarado Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural.
En la década de 1990, los presos del Panóptico, Cárcel Distrital de Ibagué o simplemente ‘El Penal’, durante los sábados recibían la visita de hombres y los domingos de las mujeres. En estos días, era común que los integrantes de la Fuerza Disponible de la Policía Nacional, hiciera presencia en los alrededores de la cárcel debido a que en algunas ocasiones, ocurrían asonadas.
Lo anterior sucedía debido a la gran cantidad de visitantes que llegaban, no solo de Ibagué sino de otros municipios y regiones del país a compartir con sus seres queridos que por diferentes circunstancias se encontraban allí recluidos. Esto ocasionaba que en ocasiones no pudieran ingresar o les era negada la entrada por algún motivo de seguridad, situación que podía llegar a generar desorden.
En el caso de las mujeres, madres, esposas, hijas, novias, amigas, nietas o sobrinas visitaban a sus allegados cada domingo, para lo cual debían venir vestidas con faldas y sandalias con el fin de facilitar el registro al ingreso al ‘Penal’ por parte de las guardias del Inpec.
Aquellas que por alguna razón no podían venir vestidas así o no sabían de dicha medida y se enteraban al llegar a Ibagué, podían alquilar este tipo de prendas en sitios ubicados en los alrededores del Panóptico, donde también les guardaban sus pertenencias durante la visita, les vendían elementos para llevar a los presos, laminaban carnets y documentos y a la salida, les vendían paños mojados con alcohol para borrar los sellos de control que les ponían en los brazos al cruzar las puertas del ‘Penal’.
Este sitio funcionó como cárcel hasta el 2003, año en el que los reclusos fueron trasladados a lo que hoy es el Complejo Carcelario y Penitenciario con Alta y Media Seguridad de Ibagué Picaleña y a otras prisiones del país.
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