Los acuerdos de paz logrados en La Habana reflejan el esfuerzo de negociadores y asesores por dotar al proceso en marcha de herramientas para lograr la verdad, justicia, reparación y no repetición.
El resultado es una propuesta innovadora que muchos expertos extranjeros consideran un ejemplo a nivel mundial. La creación de la Jurisdicción Especial para la Paz, encargada de investigar, juzgar y condenar a los autores de delitos graves cometidos en razón del conflicto armado, es un gran avance ya que investigará a funcionarios, miembros de las fuerzas del Estado y no combatientes comprometidos en los delitos mencionados.
Abre la esperanza para que la justicia llegue a instigadores, financiadores y auxiliadores de grupos ilegales durante el conflicto, incluyendo uniformados, empresarios y funcionarios –a todo nivel -, dando tratamiento especial a los que digan la verdad. Puerta amplia para que entre la verdad por tantos años olvidada por influencias políticas, sobornos, amenazas y otros factores.
Como es natural y era de esperarse, los con rabo de paja han sido los primeros en poner el grito en el cielo. Los siguen quienes tienen como negocio, sea económico o político, el conflicto y los que consideran que el conflicto solo se soluciona masacrando a los guerrillos.
Están en su derecho pero no se pueden autoproclamar como los únicos voceros del pueblo colombiano. Bueno sería que dejaran de considerar enemigos a quienes no comparten su manera de pensar y los miraran como simples contradictores. Esto permitiría darle más importancia al dialogo que a la confrontación.
Los acuerdos de paz, buenos para unos y malos para otros, deberían ser utilizados para hacer ejercicios de conciliación que contribuyan a la despolarización entre los colombianos, polarización de la cual los más perjudicados son el campesino, el medio ambiente y la cultura.
Y a propósito de la cultura, llama la atención, por ejemplo, que en La Habana no se haya mencionado la cultura, esa parte indisoluble de la configuración del territorio, síntesis de los valores identitarios de una sociedad que los reconoce como propios, lo hecho por la humanidad, la razón de la existencia de la colectividad. Un grito silencioso pregonando que el cambio se puede hacer sin tener en cuenta el ser humano y su territorio. La realidad es que hay un proceso de paz en marcha para ponerle fin al inútil derramamiento de sangre de campesinos, sean guerrillos, soldados o policías que solo favorece a los mercaderes de la muerte. Permitamos que la paloma tome su vuelo.
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*Ñapa 1.-La corrupción no tiene límites, así como la indiferencia de los colombianos con el medio ambiente. Empresas privadas con antecedentes nefastos para el erario pero bien apadrinadas en el Estado han logrado, por debajo de la ruana, la privatización del río Magdalena sin tener en cuenta a los ribereños y al resto de los colombianos. Billonaria estafa a los colombianos, normas legales pasadas por la faja y los entes de control con la boca cerrada o atarugada. El procurador no lee lo que dice la Biblia sobre el agua? El fiscal Montealegre no ha encontrado las natalias que investiguen el drama de los habitantes de las riberas del Río de la Patria. Ni para que mencionar lo de La Colosa en donde todos los responsables del Estado se han hecho los pendejos, tanto como los tolimenses que no nos atrevemos a defendernos.
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