No es posible que pasemos por alto el incidente de la orden presidencial de retirar el proyecto de baldíos por exigencia de las Farc. El enorme poder paralelo que opera desde La Habana es inaudito, intolerable.
Abruma el incremento exponencial del robo de ganado en el país. Pero lo más grave, es que a nadie parece importar las dinámicas que este delito está generando en la región.
El acuerdo político en La Habana pasó con más pena, que la gloria que le endosó el Gobierno. Salvo un par de expresiones inconclusas, que condensan los deseos más peligrosos de las Farc, lo demás cae en la obviedad.
Será vano el esfuerzo para concretar el acuerdo en participación política, como lo fue en materia de desarrollo rural. Pero claro, embebido como está el Gobierno por mostrar resultados en La Habana, pronto saldrá otro texto plagado de salvedades y el presidente Santos soltarán otra andanada para justificar el paso automático de las armas al Congreso.
Desde Oslo la suerte del proceso de paz estaba echada. Así como no hubo sorpresas en el discurso de Márquez, tampoco las ha habido en La Habana. Las Farc han refrendado la coherencia de una estrategia concebida en 50 años de lucha armada.