Es posible que su cerebro sea estudiado, igual que el de Charles Whitman y los de muchos otros, responsables de tragedias semejantes, y que se concluya que Alexis, al igual que Whitman, no quiso cometer estos crímenes. Así como suena.
Los de Whitman se dieron en 1966 en Austin (Texas), allí desde la torre de la universidad mató a 130personas e hirió a 39, antes de que también fuera abatido por la policía, como Alexis. La masacre de Austin se tornó más dramática tras descubrirse que antes de perpetrar el tiroteo había asesinado a su madre y apuñalado a su mujer mientras dormía y dejado una nota de suicidio en la que decía: “Tras mucha reflexión he decidido asesinar a mi mujer… la quiero muchísimo y ha sido para mí tan buena esposa como cualquier hombre pudiera desear.
Racionalmente no se ocurre ninguna razón específica para hacerlo…” Más adelante pedía que con la póliza del seguro se pagaran las deudas y el resto se donara a una fundación para la salud mental. Ante la presión de la opinión pública su cerebro fue estudiado y se descubrió que tenía un tumor del diámetro de una moneda de cinco centavos de dólar, que comprimía una región llamada amígdala.
Acabo de leer un libro de David Eagleman, titulado Incógnito, las vidas secretas del cerebro. Su lectura me ha dejado casi en estado shock, pues allí se plantea que muchísimas de nuestras acciones no son voluntarias, hasta tal punto que pone en duda la existencia del libre albedrio. La cuestión plantea serios desafíos al sistema penal y a muchas otras disciplinas.
e hecho, Eagleman dirige un instituto sobre ciencia y ley y ha escrito varios textos sobre este asunto, relacionados con la culpa. Narra que existe una enfermedad llamada síndrome de Tourette, consiste en que las personas hacen movimientos y vocalizaciones involuntarias, sacan la lengua, hacen muecas, dicen palabrotas, un síntoma conocido como coprolalia, se profieren palabras o frases socialmente inaceptables al producirse un estímulo en el cerebro. Por ejemplo, al ver una persona obesa comienzan a gritar gordo. Lo que acabo de narrarles es apenas una centésima parte de estudios desconocidos para la generalidad del mundo. Al parecer estamos en pañales en el estudio del cerebro. Baste con recordar que hace cientos de años la epilepsia se consideraba una posesión demoníaca, quizá un castigo por un mal comportamiento anterior. Los intentos de curación eran casi peor que la enfermedad.
Según Eagleman, las conductas humanas están determinadas por varios factores: la genética, las experiencias infantiles, las toxinas medioambientales, las hormonas, los neurotransmisores y el circuito nervioso. Así, seríamos producto de la genética, de la biología, del medio ambiente e inclusive de lo que ingerimos, más que de nuestra propia voluntad. La neurociencia está contribuyendo a explicar muchos de los comportamientos y revolucionará todos los campos de la vida, la educación, por ejemplo.
Muchos niños a quienes les va mal en la escuela podrían padecer una discapacidad de aprendizaje de base neuronal. Cuanto más estudia el cerebro más se aleja la neurociencia de las respuestas simplistas como falta de motivación o de disciplina. La letra con sangre entra, se decía hasta hace algunos años.
La neurociencia ha logrado explicar las voces “interiores” que escuchan algunas personas, como Aaron Alexis, aunque no haya podido terminar de desentrañar la vastedad y complejidad del cerebro.
¿Hasta dónde somos “nosotros” quienes tomamos nuestras decisiones? No dudo en recomendar el libro.
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