Tras las elecciones del 11 de marzo, afirmé que los colombianos habían dibujado un boceto del rostro de la Colombia del siglo XXI. Dije también, y perdonen que me cite: “No sé si vamos a escribir la última página de la vieja historia o la primera de una historia nueva. Algunos políticos y analistas están haciendo sumas y cálculos, leyendo el país con los primas de antaño, y me temo que se van a llevar un fiasco. La opinión pública pesará más que las maquinarias y sus redes”.
Vargas Lleras, con más de la mitad de la maquinaria político electoral (gobierno incluido), sufrió una aparatosa derrota. Él creía que los colombianos eran cheques o letras de cambio que se pueden endosar, y miren, no obtuvo ni los votos que alcanzó su partido (Cambio Radical) en las elecciones de Congreso. El 27 de mayo se confirmó que una nueva Colombia había nacido. Las votaciones de Gustavo Petro y Sergio Fajardo (más de nueve millones), constituyen un hecho político sin precedentes. Hay un país anhelante de cambio real. Es verdad que ambos representan estados de ánimo y gramáticas políticas diferentes, pero con denominadores comunes: el rechazo a la corrupción y a la politiquería, la reprobación de los privilegios por apellido, y el deseo de tener una nación más digna y justa. Petro, Fajardo y De la Calle, recibieron el 50.87% de los votos, mientras que Duque y Vargas, que representan el ‘establishment’ político- económico, solo el 46.42%.
Ese resultado le dio a la Coalición Colombia y al excandidato Fajardo, la posibilidad de definir quién sería el presidente y la facultad de influir positivamente en las políticas de un nuevo gobierno. Sin embargo, renunciaron a hacerlo de manera activa invocando una supuesta coherencia y un hipotético respeto a los electores.
Desoyeron la oferta de Petro de conformar un gobierno de coalición, han decidido votar en blanco, que es una forma de validar la conservación del status quo. Dilapidan la oportunidad histórica de configurar dos grandes bloques, uno encarnando el pasado y el otro interpretando el futuro. No se necesita ser petrista para votar por Petro, no, como no se necesitó ser santista en 2014 para votar por Santos. Los socialistas franceses no dejaron de serlo al votar por el conservador Jacques Chirac en 1982 e impidieron el ascenso de una ultra derecha, xenófoba y racista, como la de Jean Marie Le Pen. La historia política está llena de ejemplos.
En Colombia no hay una cultura política de diálogo ni de coaliciones. Muchas veces pensamos que los problemas se arreglan cambiando la constitución, lo que hay que cambiar son los políticos y la forma de hacer política. Quienes promueven el voto en blanco renunciaron a hacerlo, seguirán los mismos con las mismas, senador Robledo.
Esto es bobada o cobardía, como lo afirmara Patricia Lara en su columna de El Espectador esta semana. Quizás piensan que con el voto en blanco se mantienen inmaculados y sin bajar a la tierra. Quieren escribir con tinta blanca sobre un papel blanco. Absurdo, lo que digan allí solo podrá leerlo Dios.
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