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Nos gusta vivir bien, con dignidad y prosperidad, por eso no somos tímidos para trabajar, soñar y construir. Por eso, en cada rincón del país encontramos hombres y mujeres verracos, que no se rinden a pesar de los obstáculos y luchan cada día por generar empleo y aportar al desarrollo de sus comunidades.
Desde el empresario que empieza con un pequeño local hasta aquel que lidera una mediana empresa, todos comparten una misma pasión: construir un mejor futuro para sus familias y su entorno. Pero para que vivir sabroso sea una realidad para más colombianos, necesitamos un entorno que fomente la creación de oportunidades, que incentive el crecimiento empresarial, que genere desarrollo económico. Y ahí, el papel del Estado, es fundamental.
Cuando una empresa prospera, genera empleo, paga impuestos y contribuye a la estabilidad social del país. Pero para lograrlo, necesitamos reglas claras, procesos eficientes y, sobre todo, un enfoque de diálogo y acompañamiento. Por eso entidades como la DIAN no debe ser gestionada como el enemigo del empresario; por el contrario, debería convertirse en un aliado estratégico, un facilitador que apoye el crecimiento y desarrollo del sector productivo.
La resiliencia que caracteriza a nuestra gente no puede estar en constante lucha contra un sistema que a veces parece diseñado para poner trabas en lugar de soluciones. Vivir sabroso no es solo un sueño, es una meta alcanzable si trabajamos juntos: emprendedores, Estado y ciudadanos, por un país donde el esfuerzo y la honestidad sean recompensados.
Vivir sabroso no es un lujo, es un derecho. Y en Colombia, tenemos todo para lograrlo. Solo necesitamos una mentalidad que ponga a las personas en el centro de las políticas públicas, que valore el trabajo arduo y que premie la innovación. Porque al final, todos queremos lo mismo: vivir bien, con oportunidades, con esperanza, y con la certeza de que el esfuerzo vale la pena, que la meritocracia es tenida en cuenta y que el futuro se construye trabajando a diario.
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