Sobre el festival folclórico

Alberto Bejarano Ávila

Por la relevancia de las fiestas vernáculas en la afirmación cultural de sociedades específicas, opinaré sobre el Festival Folclórico partiendo de la misionalidad trazada por sus fundadores que, pienso (folcloristas e historiadores lo dirán), era hacer sostenible la identidad tolimense a lo largo de los tiempos, recreando y acrisolando, cada año, nuestras tradiciones, creencias, leyendas, costumbres y expresiones culturales. Doy pausa a mi decisión de evitar comentar hechos rutinarios y decadentes, para ocuparme mejor en la disrupción prospectiva (pensar fuera de la caja) para parar la decadencia, tarea casi tan solitaria como inútil porque quienes cabalgan sobre la aletargada e insulsa rutina siempre eluden la dialéctica sobre el desarrollo tolimense, tal vez por hallar en la verbosidad insubstancial la zona de confort que los protege de peligros y dificultades que conlleva el pensar y actuar para cambiar las realidades.
PUBLICIDAD

Empiezo por aceptar que la pasada edición del Festival Folclórico mejoró en algunos asuntos funcionales, como puntualidad, apertura hacia las comunidades, aseo, misiones extranjeras, pero, en esencia, el FF se aleja cada vez más de aquellos fines misionales y, por lo mismo, se baraja música con ruido; se desdibuja la autenticidad del folclor tolimense; la programación carece de atributo pedagógico y parece colcha de retazos; las alegorías no representan y si falsean la simbiosis o mixtura histórica, musical, mítica, costumbrista, orográfica y, en suma, la complejidad cultural que, en toda la extensión de nuestro territorio, expresa la identidad tolimensista. La deformación de nuestras festividades seguirá mientras sigan proyectándose más cercanas al interés o imagen de las pobrezas caudillistas y politiqueras que a las riquezas sociológicas y antropológicas o el acervo histórico cultural de los tolimenses.

Dada la vieja y continuada migración de tolimenses el FF se convirtió, de hecho, en momento de reencuentro de familias tolimenses, pero la lógica del pobre pragmatismo economicista no distingue este hecho sociológico de la mera concepción del turismo y por ello los hogares acogen a los suyos y la ocupación hotelera no crece. Este es sólo un ejemplo de lecturas que exigen modificar el sentido del FF para motivar aquel reencuentro y afirmar la tolimensidad, pues solo así crecerá el turismo. El axioma de A. Machado, “solo el necio confunde valor con precio”, deja saber que sin esencia no hay beneficio, pues el imán turístico es la autenticidad cultural y el espíritu acogedor. Si música, tradiciones, leyendas y más expresiones histórico-culturales del Tolima no brillan en el contexto folclórico global, el FF será opaco y alicaído.

Buena es la idea de una corporación que dirija y oriente el FF y demás fiestas vernáculas del Tolima, pero sin pantalleros y apoyada en las ciencias sociales o igual, en actores culturales, musicólogos, historiadores, antropólogos, sociólogos, semiólogos; así la música y en general todo lo programado ennoblecerá espíritus y querencias. Consejo final: en vez de fijar un día para cada actividad, podría crearse el pueblito tolimense, por quince días, para disfrutar allí, gratamente y sin ruido desaforado, viandas y demás muestras de la identidad tolimense.

 

Alberto Bejarano Ávila

Comentarios