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Como se define popularmente y además aún no entendemos que, por no diferenciar las dos conceptos, con nuestros votos favorecemos esa politiquería que por muchos años sumió y continua sumiendo al Tolima en el atraso, atraso que hoy algunos ingenuos o proclives al mal atribuyen a la falta de inversión del gobierno central, olímpica forma de esquivar la responsabilidad de convocar a definir y acordar la ruta del desarrollo tolimense y de liderar su cumplimiento, tarea que es contraria a contemporizar con el politiqueo ahistórico y anacrónico. También debemos saber que, por ausencia de genuina política, la unidimensional politiquería, aun ejercida por gente decente, resulta inocua o ineficaz, pues lejos está de ser el efectivo instrumento que permite alcanzar peso político nacional y enrutar a toda la sociedad tolimense por la vía del progreso.
Es deprimente que ahora y por enésima vez, empiecen a barajarse candidaturas, nacionales y regionales, socorridas por un populismo efectista, pues su precariedad mental no permite concebir una visión autonómica del desarrollo territorial (municipal o departamental) y, por tanto, un propósito cohesionador del espíritu tolimense que nos convoque a caminar juntos hacia el mismo destino. Que la politiquería sea equiparada con la política y así lo divulguen los medios, es clara señal de que el Tolima seguirá negándose al cambio histórico y sufriendo de atraso crónico porque, tanto líderes respetables como gamonales jurásicos, “todos a una, como en Fuente Ovejuna”, carecen de prospecto futurista por padecer un grave daltonismo conceptual que impide diferenciar la politiquería electorera de la política transformadora.
Vientos de cambio soplarán cuando admitamos que la línea del tiempo tolimense muestra, casi como una constante en la época contemporánea, que el desempeño nacional de cientos de congresistas tolimenses ha sido pálido o anodino y que, como lo he afirmado en distintos momentos, ninguno ha sido histórico, pues las pocas excepciones talentosas se equivocaron al querer ser protagonistas del cambio nacional sin ser protagonistas del cambio tolimense. Solo uno o dos congresistas idóneos y honestos lograron destacarse por algunos años, hasta su retiro, pero hoy su recuerdo se evapora y el Tolima sigue su curso hacia el atraso. Veamos un ejemplo de política histórica: Gustavo Petro, el mejor congresista del país, también pudo caer en el olvido, pero él sabía que el poder tiene que utilizarse para transformar y, por ello, (dolerá a sus detractores) hoy ya tiene asegurado un honroso sitial en la historia colombiana.
Los buenos líderes deberían abandonar el submundo electorero y entender que la auténtica política tolimense es tejido de ideas antropocéntricas, autonómicas y de empoderamiento endógeno, sin negar influjos externos. En el Tolima el poder es decadente y, en la perspectiva del pleno desarrollo, las realizaciones loables son excepción por no formar esa masa crítica que constituye la línea del desarrollo, realidades que solo la política legítima podrá cambiar.
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