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Ahora las discusiones casi siempre giran en torno a lugares comunes, obvias repeticiones o ideas preconcebidas. Si alguien quiere hacerse notar, le basta con hablar de la lucha contra la corrupción o la politiquería; o decir, sin citar nombres, que el 60 por ciento del Congreso es corrupto, o que en Colombia se roban 50 billones de pesos al año, sin precisar cómo, quiénes ni dónde: o simplemente afirmar que a los corruptos hay que quitarles la chequera (cuando ya casi nadie la usa) para alcanzar más de 10 millones de votos.
Lo mismo puede decirse de la Paz, la guerra, la solución política negociada, la gobernabilidad –entendida como la forma de cambiar votos por puestos– o el asistencialismo puro y simple para combatir la desigualdad social o superar las inequidades.
Claro es que nadie, sensatamente, puede oponerse a la búsqueda de la Paz, condición indispensable para la convivencia ciudadana. Y siempre con alborozo se celebra el “silenciamiento de los fusiles”. Al comenzar su gobierno en México, AMLO sostenía que había que “cambiar los balazos por los abrazos”… y aquí, Echandía, quien le aceptó a Alberto Lleras la Gobernación del Tolima tras haber sido presidente, para buscar la paz, decía que era mejor entenderse “echando lengua que echando plomo”. Lo que podría ser el equivalente a la paz total en México, ha terminado en la etapa más violenta de la historia reciente de ese país.
La Nación recibió con alborozo el anuncio presidencial –así fuera por el no ortodoxo método del Twitter que hoy usan los gobernantes– un cese al fuego bilateral, prácticamente entre todos los grupos generadores de violencia.
Eso sí, en una especie de Arca de Noé incluyó a grupos armados con origen político como el Eln al lado de las llamadas disidencias de las Farc de Iván Márquez, organizaciones como el Clan del Golfo, parapetadas en el uso abusivo del nombre y la lucha de Jorge Eliécer Gaitán, como lo ha denunciado su hija Gloria, ya que solo son narcos puros asociados con paramilitares y otros tantos de parecido jaez.
No es lo mismo hablar de “cese de hostilidades”, tratándose de organizaciones guerrilleras que de grupos delincuenciales movidos por el lucro como narcotraficantes y paramilitares. Incluso las guerrillas no tienen hoy ninguna posibilidad de tomarse el poder por la vía de las armas. Su inutilidad la destacó el propio Fidel Castro hace ya varios años. Pero con ellos siempre es mejor la salida política, como lo demostró el proceso con las Farc.
En 1982, al posesionarse Belisario Betancur, con muy buena fe, prometió también una especie de paz total con la potente Coordinadora Nacional Guerrillera y anunció y concedió amnistía total. Logró un año de tregua. –La paloma de La Paz era el símbolo de su Gobierno–. No negoció con los narcotraficantes que ya eran un factor de perturbación, pero se abstuvo de extraditarlos a los Estados Unidos pese a estar vigente el tratado. Cometió el error de no consultar a las Fuerzas Armadas lo que en cierta medida pudo haber dado surgimiento a lo que Otto Morales llamó los “enemigos agazapados de La Paz”.
Según la revista Cambio, la cúpula militar de hoy –mucho más comprometida que la de entonces con la salida negociada– no fue consultada sobre el cese bilateral. Las denuncias sobre violación de los acuerdos –incluida la tregua– por parte del Movimiento M1-9, expresada en la foto de Pizarro herido en la portada del libro de Laura Restrepo Historia de una Tradición, fueron el origen del holocausto del Palacio de Justicia cuyas terribles consecuencias aún vivimos.
Ojalá el Gobierno escuche las sabias recomendaciones del arzobispo emérito de Cali, monseñor Darío Monsalve, en Semana, sobre la prudencia en el tema del cese bilateral al fuego. Y es que “no por mucho madrugar amanece más temprano”.
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