PUBLICIDAD
Nacido en una de las familias más tradicionales de Chaparral, todos recordamos su rostro adusto, su figura romana, su vasta cultura, su proverbial don de gentes, su amabilidad, su camaradería siempre a flor de piel, todo ello y mucho más siempre puesto al servicio de la educación de los jóvenes, en lo que fue la vocación indeclinable de su vida.
Al lado de quien fuera su entrañable amigo, mi maestro Alfonso Reyes Echandía, fue uno de los alumnos fundadores del Instituto Nacional Manuel Murillo Toro, que en 1945 abrió sus puertas a los jóvenes del municipio como el primer centro de educación secundaria y como escuela de artes y oficios. Los educandos asistían a clase formal por la mañana y en la tarde recibían instrucción en oficios como carpintería, talabartería, ebanistería, sastrería y mecánica.
Dos chaparrulunos ilustres fueron artífices de su fundación: Darío Echandía como Presidente de la República, y Antonio Rocha Alvira como ministro de Educación Nacional. Los estudiantes cursaban hasta el cuarto grado, pues solo en 1960 se graduaron los primeros bachilleres. El profesor Reyes Echandía me contaba que Jaime Peralta era uno de los alumnos más brillantes del curso y que por ello hubiera podido descollar con éxito en cualquier carrera profesional, pero que una decepción amorosa truncó sus estudios y lo llevó a prestar el servicio militar como soldado.
A su regreso al terruño, fundó el Colegio Francisco Javier de Castro – nombre del terrateniente caucano que donó los terrenos para la construcción del nuevo Chaparral tras la destrucción de la aldea en el terremoto de 1827-, institución privada que con modestas pensiones permitía formar en primaria y bachillerato a los jóvenes que por una u otra razón no podían ingresar a la institución oficial.
Siendo todavía joven desarrolló sus brillantes dotes de educador, incluso aplicando la férrea disciplina imperante en la época. Los alumnos recibían instrucción en matemáticas, historia, geografía, filosofía, educación física y religión, entre otras.
Pero además “don Jaime”, como cariñosamente le decíamos sus paisanos, se convirtió en un líder de la comunidad, en gestor de obras sociales y comenzó a ser mirado al lado de otros como don Jorge Salazar, educador por excelencia. Profesando ideas liberales, jamás se dejó involucrar en las agrias controversias en plena época de la violencia liberal-conservadora.
Fue un adelantado en la defensa del medio ambiente cuando casi nadie hablaba del tema. Conocedor y cultor de la música regional, alcanzó a escribir un canto a las tradiciones chaparralunas al cual el maestro Arnulfo Moreno, mi compañero de escuela e integrante del grupo los “Inolvidables”, le compuso bella música.
Así como el exmagistrado Leovigildo Bernal Andrade, se convirtió en escritor que narró la historia de Chaparral en sus distintas facetas: origen y fundación; sus hombres ilustres como: Melo, Murillo Toro, Darío Echandía, Alfonso Reyes, su compañero de estudios Patrocinio Ortiz -autor de “La Sombrerera”- y tantos otros; sus costumbres y tradiciones y hasta sus personajes pintorescos como “Cacao”, “Jalisco” y “Chichimoco”.
En sus últimos años muchos chaparralunos lo visitábamos para escuchar en su pausada voz, sus impresiones sobre la historia de Chaparral y del Tolima y sobre la realidad nacional. Siempre evocaba con tristeza y nostalgia al sacrificado presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía.
Su familia y herederos -a quienes les extendemos un solidario abrazo- deben sentirse orgullosos de ese padre, abuelo, hermano, amigo y, ante todo, generoso y excepcional ser humano.
Comentarios