“La seguridad humana” debe empezar por evitar la hecatombe anunciada

De acuerdo con registros estadísticos dados a conocer recientemente a la opinión, “la tasa de motorización” -entendiéndose por ésta el número de los carros y motos que van siendo registrados al entrar en circulación-,

se encuentra desbordada en las diversas ciudades del país, -Ibagué incluida-, y sigue incrementándose sin pausa hacia el futuro, muy por encima de los estimativos que hasta ahora se habían efectuado, lo cual debe mover la opinión, hacia angustiadas manifestaciones.

Y es que tal cifra que ya supera los trescientos mil automóviles año en el país, describe una aterradora realidad que por su inminencia debiera ya tener prendidas las alarmas, alertando a las novísimas administraciones locales para que, sin dilación ni pausa, orienten su actuar hacia el aprestamiento necesario para encarar la hecatombe urbana que se avecina, como al parecer sí lo está haciendo ya Petro en la gélida Bogotá.


Fundamentalmente la drástica reducción del parque automotor público urbano, imperiosa como la parte más importante de la solución, máxime cuando una simple y no muy detenida observación permite apreciar su terrible irracionalidad entre nosotros: superabundancia de buses y taxis completamente vacíos o con precario número de pasajeros, enloquecidos compitiendo entre sí la mayor parte del tiempo por los escasísimos usuarios que los demandan, atosigando las calles con su irresponsable e imperito accionar, amenazando por doquier a otros vehículos y peatones.


Amén de la urgente ampliación de las vías urbanas existentes y la apertura y construcción de nuevas, con especificaciones apropiadas para el hipertrofiado tráfico, bien diversas de las construidas hasta hoy entre nosotros, harto mezquinas en su diseño y pobres en su perspectiva de futuro.


Porque no debe olvidarse que desde la administración del desaparecido “Pacho” Peñaloza, salvo la inefable avenida que la picaresca local bautizó como “fantasma” y la variante entre Picaleña y el Salado que nos solventó la Nación, aquí no se han vuelto a construir nuevas vías amplias y rápidas, limitándose los varios burgomaestres que por el Palacio Municipal recientemente han pasado, a intervenir lo existente como el llamado puente del Éxito, con lo cual muy poco o casi nada se ha remediado y en muchos casos sí agravado la situación, como lo hizo la absurda peatonalización de la carrera Tercera para entregarla junto con sus calles adyacentes a las legiones de vendedores ambulantes y mendigos que hoy la ocupan, o la “yugulación” de la carrera primera con la calle once con un inefable edificio autorizado por Planeación y el “embellecimiento” de la décima que frustró definitivamente el anillo vial que bien podría haberle facilitado el acceso y la rápida salida al corazón comercial, administrativo, bancario y judicial de la ciudad.


Lo que se adiciona a una dirección de Planeación -fortunosamente recién removida-, asistida por unos mal denominados “curadores urbanos”,  con una menguada visión del porvenir de nuestra capital, que le dan su aprobación a diseños viales y espaciales apenas si adecuados para lo existente, sin ninguna perspectiva de crecimiento y desarrollo.


Un primer reto de magnitud para el nuevo burgomaestre, con graves imbricaciones en el desenvolvimiento de nuestra capital, de por sí endémicamente afectada por el desempleo y la pobreza, que de por sí la mantienen alejada de la “seguridad humana” prometida.


Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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