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Y de entonces a hoy que poco han cambiado las cosas, no obstante los escasos y aislados esfuerzos pese al atraso y la malversación de los pocos recursos, para mejorarle el desordenado aspecto que presenta hoy, y con el que hemos terminado por conformarnos a fuerza de transitar diariamente por sus menguadas calles y deteriorados rincones.
Pues sus parques, otrora dotados del idílico encanto del pasado, devinieron en impersonales áreas por obra de la sucesiva "modernización" a los que, con la tácita aceptación de sus habitantes, los sometieron algunos de sus "progresistas" gobernantes de chabacana visión, (como en su tiempo lo hizo el Alcalde Jaramillo con la plaza de Bolívar), reduciendo el espacio público, otrora más amplio y generoso con la aquiescencia de los Curadores Urbanos en las urbanizaciones que recién se levantan por doquier diseminadas, en sitios carentes de zonas de aparcamiento, recreación o esparcimiento, de forma tal que los estrechos y deteriorados andenes han ido siendo invadidos por carros y motos, en tanto las vías se convierten en improvisados campos deportivos o centros de reunión de la juventud.
Y "la piqueta modernizadora" continúa dando al traste con el poco patrimonio urbano que restaba como lo corrobora, -con nostalgia por supuesto-, lo sucedido con el edificio del otrora Banco de Bogotá, el antiguo claustro de San Simón, la añeja Gobernación o las viejas estaciones del ferrocarril de Picaleña y la Calle 19 con Carrera 1°, entre muchos otros.
Para irlo sustituyendo por nuevas edificaciones, totalmente desasistidas del lumen de la arquitectura, pues con contadas excepciones, más levantadas sin respeto por nuestro paisaje y sin consideración de la cuasi tropical condición de nuestra urbe.
Y eso sin reflexionar sobre el deterioro de su rio, sus vegas, las montañas circundantes y el estado de negligente abandono en que se encuentran sus árboles, víctimas del poco afecto que por ellos experimentamos los lugareños, no obstante que a ellos recurrimos cuando queremos mostrar la cara amable de la ciudad:, los florecidos ocobos, o los hermosos acacios, ceibas y samanes, destacándolos como insignias, al igual como lo hace otras ciudades con lo que tratan de vender la especie de que sus hijos las aman y cuidan.
Ante lo cual debe hacerse una entusiasta convocatoria a la ciudadanía a preservar y mejorar lo propio, potencializada con el concurso de las universidades, las escuelas, los colegios, los sindicatos, los medios y las asociaciones que se hacen llamar cívicas, presidida por la señora. Alcaldesa lo cual la reconciliaría con una comunidad que hasta hoy no le ha visto acción alguna de verdadera eficacia.
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