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Un poema que, con toda seguridad, es para el gusto de unos y el disgusto de otros, que pronunció la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia al resolver una acción que tutela que busca garantizar el derecho a una protesta pacífica. Cuánta verdad consignada en 63 palabras, que describe, de manera perfecta, la forma como nos relacionamos en cuanto a hablar de ideología se trata, parece ser que la reconciliación está más lejos que cerca y es la asignatura pendiente de quienes se hacen llamar los líderes de nuestro país, que nos llevan a ser una sociedad marginada por cuenta de los ataques, muchas veces pandilleros, a los que nos vemos sometidos.
Entró la Corte a discernir entre el derecho y la política, pues es claro que la dialéctica a la que hacen referencia, es de quienes buscan impedir que se perturbe el equilibrio político, jurídico y económico, a la vez que un grito de autoridad por los diferentes señalamientos recibidos en los últimos días, defendiendo así, su independencia como rama del poder público. No está mal, más ahora que no tenemos un Congreso de mayorías independientes, que procuren abordar las discusiones, profundas y necesarias, en el campo económico, social, político y de estructura del Estado mismo para alcanzar el cumplimiento de los fines que justifiquen su existencia, por ahora están dedicados a la bagatela.
Ha sido la justicia la que ha entendido que necesitamos una sociedad comprometida con el cambio, que parta del respeto y la tolerancia a la diferencia, una sociedad que defienda con vehemencia, pero sin violencia, las libertades y derechos ciudadanos, pues es con una iniciativa ciudadana independiente y que cabalgue junto a nuestras necesidades y deseos colectivos, no individuales, para realizarlos y alcanzar la transformación que podemos cambiar, porque hay que aprovechar estas circunstancias de crisis institucional para que se pueda impulsar la transición social.
Por último, quiero decirles que, en el fallo de la Corte, los únicos ganadores somos los ciudadanos, no es la izquierda ganadora y la derecha perdedora como han querido encasillar la decisión, cualquier demócrata debería sentirse tranquilo con las órdenes impartidas, pues el no acatarlo refleja el sentimiento de aversión a la pérdida de quien se autoproclamó como perdedor, que lo impulsa a no hacer cambios, incluso cuando éstos lo benefician más de lo que cree podría perjudicarlo. Y ¡no!, el Gobierno no es el perdedor, pues no es nuestra contraparte, es nuestro representante como materializador de las decisiones que reivindican el Estado Constitucional de Derecho. Como diría Norberto Bobbio “El modelo de Estado democrático basado en la soberanía del príncipe, fue el modelo de una sociedad monista. La sociedad real que subyace en los gobiernos democráticos es pluralista”.
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