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Es hora de comenzar a hablar y exigir la profesionalización de la política, pues, como ciudadanos, no podemos seguir aceptando que aquellos que aspiran a regir los destinos de un territorio y sus instituciones, carezcan de la más mínima formación en gobierno y esto implica, la capacidad de diagnosticar el problema y desarrollar políticas públicas que lo solucionen e impliquen el bienestar social –en términos de eficiencia y equidad-, no olvidemos que, como lo he venido señalando en columnas anteriores, “la evolución incremental de una sociedad está determinada por el contexto, la historia y la cultura en la que se forman” pero para impulsarla hacia la transformación y al desarrollo, y esto, requiere la competencia para alcanzarlo.
El “Diccionario de Política” de Norberto Bobbio y Nicola Mateucci, hace una importante distinción, pues normalmente tiende a confundirse, entre el profesionalismo político y la profesionalización de la política, al primero de estos lo define como el inicio de lo que podría, de concretarse, denominarse el proceso de profesionalización de la política, en el que convergen el problema histórico de la diferenciación de un ámbito político de uno social. Aquí sí podríamos recurrir a la frase del recordado escritor George Orwell en su libro “1984” donde dice que “un grupo dirigente es tal grupo dirigente en tanto pueda nombrar a sus sucesores”, y tal parece que de 1948, época en la que Orwell escribió esta maravillosa obra, al día de hoy, poco ha cambiado. Para el segundo, esto es la profesionalización de la política, hay que iniciar por el ensayo de Max Weber titulado “La política como profesión” de 1919, el cual parte de una definición amplia de la política como “toda especie de actividad directiva autónoma, tanto a la actividad orientada a la conquista de la dirección como la práctica realizada de la actividad directa, o sea la administración. Esta tercera modalidad de la política es precisamente la primera en asumir el rasgo característico de la profesionalidad”.
La profesionalización de la política, o, si quiere utilizar los términos de Weber, la administración, requiere un nivel de técnica e investigación que le supone prepararse para desarrollar las fórmulas necesarias para abordar los principales problemas que aquejan a la sociedad y limitan el ejercicio pleno de las libertades en un territorio y que en definitiva van camino a alcanzar el bienestar de los pueblos. Esto compromete la capacidad de convocar y permitir el pluralismo de ideas en el desarrollo de las funciones institucionales. Que sea esta coyuntura crítica, donde la pandemia nos ha mostrado la profunda crisis económica y social en la que vivimos, donde ha prevalecido el individualismo –o mejor, el sectarismo en algunos casos-, el detonante circunstancial que nos permita hacer algo diferente para cambiar el modelo.
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