Hay una reflexión que me dejó hace tiempo el libro ‘Desayuno en Tiffany’s’, novela corta del escritor y periodistanorteamericano Truman Capote.
Su personaje es HollyGollightly, una mujerllena de seducción caracterizada como una mezcla de picardía e inocencia, cuyo sueño no es convertirse en una estrella de Hollywood -oportunidad que rechazó abiertamente- sino en una estrella del Nueva York más lujoso: a Holly le encanta asistir a cocteles, restaurantes y clubes de moda, vivir en el glamour más sofisticado, no aferrándose a nadie y soñando siempre con ese paraíso que para ella es Tiffany’s, una famosa joyería neoyorkina.
A pesar de querer siempre ser adinerada y famosa, Holly creía que para ser una estrella de cine había que ser tremendamente narcisista y que siéndolo perdería la posibilidad de disfrutarse a sí misma como lo que era; mientras que en su visión del mundo, disfrutaba siempre de su autenticidad. La vida de Hollyno tenía un orden marcado y hacía muchas cosas arriesgadas para garantizarse su visión ideal.
Pregunta Holly a un amigo en uno de los diálogos: ¿Qué hace él cuando le llega la tristeza o la melancolía? ¿Cómo le pone remedio? Dice él que a veces ayuda una copa u otras veces tomar aspirinas o fumar marihuana. Ella le dice en cambio que lo mejor que hace es tomar un taxi e ir a Tiffany’s -palabras más palabras menos- Holly expresa que le produce una calma enorme el silencio de esa atmósfera tan arrogante. En un sitio así –recuerdo que decía- no podría ocurrirle a uno nada malo, sería imposible, en medio de todos esos hombres y mujeres con los trajes tan elegantes y ese encantador aroma a plata y a billetera de cuero de cocodrilo… ¡si encontrara un lugar de la vida real en donde me sintiera como me siento en Tiffany’s!
Hay mucho que decir sobre este aparte de la novela; sin embargo, me enfocaré en algo que se relaciona con un caso reciente. En una de las posibles interpretaciones, podría decirse que Tiffany’s es la realidad paralela en la que Holly vive y se proyecta, allí se escapa, recrea su idea de persona, de mundo, de vida. En Tiffany’s Holly se encuentra, se resuelve y siempre quiere regresar allí.
Hace poco hablé con un joven de 17 años para quien la droga es lo que para Holly es Tiffany’s. Su vida personal es caótica, pero él la resuelve en Tiffany’s, allí se encuentra y siempre quiere regresar. Mis preguntas son ¿Por qué? ¿Cómo soluciona su vida allí?
Él la resuelve allí todos los días, más de una vez en el día. Me dijo que buscaba relajarse para pensar en soluciones, pero no pudo darme un solo ejemplo de dicha utilidad. Conversamos acerca de esta rutina y tan solo dio muestras de experiencias placenteras más ninguna reflexiva o propositiva frente a sus asuntos personales. Lleva dos años en este proceso. En su “cuento”, él siente que todo es tranquilo, que nada es problema, que la vida es vivible y que los problemas quedan a un lado, pero resulta que los problemas continúan, se han agrandado, y él siempre quiere volver a Tiffany’s.
Hablé con sus padres, su hermana, con su novia, con un par de sus amigos. Todos dicen que es agresivo, que es apático a todo a su alrededor, que se ha degenerado mucho. Sus amigos aseguran que hace mezclas muy fuertes de drogas y él reitera su visión filosofal sobre ellas.
Muchas personas juegan este mismo juego con las drogas. Les atribuyen características que ni ellos mismos conocen. Piensan en usarlas sin saber qué hacer con ellas y se quedan arremolinados en el supuesto placer que producen. Pero no hacen frente a su vida como debería ser, sino que finalmente lo que hacen es huir de los problemas y además convencidos que la experiencia sensorial es equivalente a la visionaria.
El placer, aunque es una búsqueda innata en el ser humano, es también una trampa de la que he visto salir a muy pocos. Pero cuando no se sabe que no se sabe, ¡de esa trampa no sale nadie!
Comentarios