Lo ocurrido recientemente en un colegio de la localidad de San Cristóbal en Bogotá es preocupante no sólo por las implicaciones orgánicas de haber ingerido esta mezcla de gaseosa con alcohol industrial, sino por las dimensiones sociales y culturales que sirven de contexto a esa acción. Los niños que bebieron de la mezcla presentaron dolor de estómago y náuseas y fueron internados en uno de los hospitales de la capital colombiana. Los primeros reportes indicaron que algunos de ellos fueron remitidos a una atención de cuarto nivel porque podrían tener reacciones complejas en términos de posible pérdida de su visión y de otras reacciones inesperadas. Los protocolos de atención se activaron con eficiencia pero la dinámica que comenzó a desarrollarse a partir de esta novedad centró todo mi interés, sobre todo por la confusión que reinó en todo el desarrollo del cubrimiento de la noticia. El hecho fue registrado como noticia por el noticiero City Noticias de Bogotá y luego replicado por otros noticieros en diferentes canales. Entrevistaron a algunos padres de familia como dolientes de la situación; también a algunos estudiantes como testigos de lo que sucedió; al médico tratante, como referencia clínica; y luego entrevistaron a un experto –un psicólogo- que supuestamente ayudaría a entender la complejidad de la situación, respondiendo a la pregunta ¿cómo entender lo que sucedió? Los primeros acusaron al colegio de tener responsabilidad en el hecho y se quejaron públicamente por no estar presente en el Hospital para “dar la cara” a esta situación de emergencia. ¡Cómo medir la culpa del colegio en este caso –me pregunto- si hasta una de las profesoras bebió de la mezcla ingenuamente! es decir, la bebida la pudieron haber llevado en un termo dentro de un maletín y nadie se dio cuenta. Además, cómo requisar a quién sabe cuántos estudiantes o cómo tener controles realmente efectivos que eviten situaciones como las que se mencionan. Por otro lado, los estudiantes que fueron testigos de lo ocurrido vieron muy normal lo que estaban haciendo sus compañeros, pues, eran cosas que hacían parte de la cotidianidad de los jóvenes ¡y ésa es una realidad! Las declaraciones del funcionario del Hospital se limitaron a las implicaciones orgánicas de lo sucedido: “ese tipo de alcohol –dijo el vocero-, al ingerirlo, provoca una intoxicación sistémica grave cuyos signos y síntomas dependen de la cantidad consumida y del tiempo transcurrido. En este caso, varios de los jóvenes podrían perder la visión como consecuencia de lo que bebieron”. Pero la explicación del experto me pareció traída de los cabellos, más aún porque el medio de información asumió con satisfacción este testimonio que duró cerca de 15 segundos: el psicólogo dijo con toda la propiedad del caso –claro, estaba ante una cámara de televisión- que era un asunto clínico que “debía” atribuirse a problemas cognoscitivos o emocionales de los muchachos, quienes buscaron canalizarlos a través de esa acción.
,
Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ
Comentarios