Esta vez bajé a un sector diferente acompañado de nuevo por una persona conocida y respetada en el barrio. Al verme con temor en varios momentos, me tranquilizaba diciendo ¡fresco doctor que si va conmigo nada le pasa! La prevención era mucha puesto que este lugar es uno de los más temibles de la zona –muchos dicen que de la ciudad-: todo un semillero de ladrones, delincuentes y asesinos a sueldo… por allá, ¡ni la policía va!
Además, sólo conocía a mi compañero de viaje a través de una foto que me dieron antes del encuentro y un par de referencias acerca de su reconocimiento en la comunidad. Para el recorrido apliqué la de siempre, bajo perfil.
Tras 15 minutos de caminar, las fachadas cambiaron a un color gris, más estrechas se hicieron las calles y un olor a marihuana cobraba intensidad y densidad al acercarnos a pequeños combos de muchachos agrupados en la calle.
Mi compañero de ruta me presentó ante uno de ellos y de inmediato su líder puso su nariz justo al frente y rozando la mía, sus ojos estaban envueltos por una mirada feroz que liberó toda mi adrenalina al mismo tiempo que de su aliento, se escapaba un remanente de humo… el pulso de mi cuerpo lo sentí en la propia cara: “¡otra gonorrea que viene por aquí a embolatarnos y a dejar todo tirado o qué!”
Mi guía se interpuso y sentí que me defendió, sin embargo detrás de cada palabra que este muchacho me decía, se acercaba otro en actitud ofensiva y por Dios que pensé en alejarme de inmediato. Lo único que le alcancé a decir en medio de su diatriba lo expresé con toda sensatez y en un santiamén: “¡hermano, usted tiene toda la razón, la verdad es que esta comuna es un verdadero basurero de iniciativas institucionales… y di un paso atrás…
Esa es una realidad –le dije- y a mí lo que me toca en este momento es aceptar toda su acusación, pero venga le digo una cosa: déme un mes para mostrarle resultados, pero en ese mes usted tiene que acompañarme todos los días y darse cuenta del proceso, de lo contrario nunca más volveré por acá!”.
Al fin se escuchó la voz de mi compañero que desde hace rato apelaba a la calma.
Todos nos quedamos callados esperando la respuesta del líder mientras él me miraba fijamente a los ojos, de repente me señaló con el índice y habló: “¡sabe qué, se lo voy a dar, le doy un mes!” Y de inmediato se sintió la calma. No supe cómo se dio esta distensión tan rápida, pero el ambiente era otro y entonces aproveché el momento para invitarlos a tomar tinto y fue mucho lo que expresaron y lo que conocí de ellos en ese instante: seres humanos apenas comenzando la vida (14 a 19 años en promedio) que se han topado con puertas cerradas o que se cierran excluyéndolos del sistema, quedando por fuera, y cuya perspectiva en adelante ha sido la de arrebatarle a la vida algo que ellos también sienten como derecho: el ser y saberse parte de la sociedad.
En este tipo de contextos es necesario que haya continuidad en las intervenciones que hagan las instituciones, puesto que la confianza es una de las claves en estos procesos, esta fue una de las lecciones de hoy.
Comentarios