A la hora de arreglar el país con unas cervezas llegamos siempre al punto difícil de la discusión: nuestra cultura. Somos excepcionales en ese sentido, pero asimismo cargamos con un lastre difícil de superar que nos hace contradictorios.
Le debo mucho a Medellín y a Antioquia en general, pero últimamente siento decepción y rabia al saber que todo el sufrimiento y zozobra que se vivió en época de Pablo Escobar, de la que directa o indirectamente me vi afectado, quedó convertido en paquetes turísticos con los cuales promocionan a Medellín dentro y fuera del país.
Cómo es posible que por $4.200.000, la persona que paga puede ir a comer con John Jairo Velásquez alias ‘Popeye’ -una de las figuras más representativas del Cartel de Medellín- quien además, para el caso, hace las veces de anfitrión de un paseo que va desde la Hacienda Nápoles, pasa por el Edificio Mónaco, por la antigua cárcel de La Catedral, por otros lugares y rutas claves de la historia del Cartel en Medellín, hasta llegar a la tumba de Pablo Escobar, uno de los mayores asesinos de toda la historia de Colombia. ¡Imagínense! Ir al lado de ‘Popeye’ significa escuchar de primera mano las historias oscuras del Cartel, no precisamente en clave de arrepentimiento –porque además ese no es el sentido del negocio- sino convertidas en historias de aventuras de la clandestinidad, en verdaderas leyendas que destacan el poder del capo y la seducción del dinero fácil, por encima del dolor de las personas que terminamos siendo sus personajes secundarios.
Un poco más de 30 tours como éste se ofrecen en Medellín acompañados de material promocional y souvenirs que configuran a Pablo Escobar como todo un patrimonio cultural colombiano y así lo expresa uno de los textos promocionales de estos narcotours: “Excursiones que te dejarán sin aliento, y lo mejor de todo, si eres fanático de la serie ‘Pablo Escobar’ podrás preguntarle todo, absolutamente todo lo que desees, a ‘Popeye’, su mano derecha”.
Sin aliento quedo al pensar que es precisamente de estas expresiones de donde surge el imaginario narco, de donde se abastece y se legitima.
Hay que ver a los muchachos en los colegios jugando a ser matones, imitando su lenguaje, el trato beligerante y desafiante hacia las demás personas, representando las peleas a cuchillo mientras tienen en sus manos lapiceros con los que se entierran apenas las puntas en movimientos de pelea. Esto está imbricado, arraigado, asentado fuertemente en nuestro imaginario. Simbólicamente, la carga moral del asesino es mucho mayor que la de sus víctimas debido a que la reflexión que queda en el imaginario es la del antivalor que perdura, que sobrevive, la aventura de la clandestinidad, el poder del dinero, la fuerza de la pandilla-cartel, el dinero fácil, los lujos y la adrenalina de vivir el presente al límite, así se dure poco; lo peor es que la cuenta de cobro habrá que pagarla ahora o después, pero con muchos intereses.
Recuerdo que al estar hace poco de campamento en el Parque de los Nevados, exactamente en la Laguna Negra, nos topamos con unos turistas europeos que venían desde El Cocora hacia Pereira. Los invitamos a comer y tras conversar sobre muchas cosas, uno de ellos me contó sorprendido, en un español B1, su triste experiencia en un “narcotour” que había hecho en Medellín: lo que le impactó de todo este “paseo” fue la manera como en Colombia se mercadea con la muerte sin importar el dolor de las personas… “ustedes olvidan muy rápido -me dijo- aún en este tiempo es difícil para nosotros referirnos a Hitler o hacer alguna apología a lo que él hizo, hay sanción social y moral sobre esto”.
Tiene mucha razón. No imagino que en este tejido de contradicciones culturales aparezca un “mago” emprendedor y loco con la idea de ofrecer un tour por los once departamentos en los que Luis Alfredo Garavito Cubillos, conocido como “La Bestia”, el mayor asesino en serie de Colombia y el segundo del mundo, confesó haber violado, asesinado y desmembrado a más de 200 niños. ¡Espero que sólo sea una idiotez que se me ocurrió!
federic.cj@gmail.com
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