¿Recuerdan al líder de la pandilla que me desafió y atemorizó? Un mes tuve de plazo para mostrar resultados ante él, quien a propósito me pidió tenerlo en cuenta para algún trabajo puesto que estaba cansado de robar y de hacer fechorías. La verdad no me interesaba en lo más mínimo proponerle como condición que debía dejar las drogas porque sé que eso es muy complicado y además en estos momentos sería una barrera para iniciar algún proceso; lo único que realmente me interesaba era que dejara de robar para consumir, es decir, que se redujera el impacto social de lo que hacía.
En una de tantas conversaciones y encuentros identifiqué en él un arte especial, una habilidad que ninguno otro tenía y que perfectamente podía utilizarla como proyecto para encausar sus intenciones. Noté además que a pesar de no saber leer ni escribir, este joven de 24 años tenía características propias de un administrador y de un gestor, por lo que me motivé más a ayudarle. Le pedí que me acompañara a hacer gestiones con instituciones, visitas a colegios, a la casa de la cultura, etc., con el ánimo de que se sintiera parte de un equipo de trabajo. Le enseñé a manejar la cámara fotográfica y la filmadora para que me apoyara en algunas charlas y tomara registros de algunas visitas, en fin, lo integré completamente a mi diario quehacer.
Durante todo este tiempo compartido conocí algo de su historia, su punto de vista acerca de las cosas estaba impregnado de dolor, soledad, estigma, pero también de sensibilidad y amor. Lo percibí todo el tiempo como dentro de una jaula ¡no debe ser nada fácil querer dejar las drogas y sentir que no se puede! A propósito, nunca consumió estando conmigo ni tampoco antes de llegar a una cita conmigo, es decir, me respetó completamente. De hecho, me pareció notar vergüenza en él mientras me relataba historias de atracos, asesinatos y consumo.
Todo estaba listo para su proyecto: hablé con la comunidad y la persuadí para ayudarlo y apoyarlo, hablé con su madre y la convencí de que valía la pena volver a intentarlo, hablé con sus amigos para que lo animaran e incluso para que se sumaran a la iniciativa.
La noche antes de un sancocho comunitario que se había organizado con la excusa de recoger fondos para el proyecto, este joven, motivado tal vez por la ansiedad de la droga o por alguna razón que aún no logro entender, desmanteló una casa del barrio que había sido remodelada para ubicar allí un jardín infantil, que además estaba abandonada por negligencia estatal y que yo venía gestionando para convertirla en un centro comunitario.
Al otro día los vecinos del barrio y los líderes de la Acción Comunal tomaron como una verdadera agresión lo ocurrido, puesto que esta casa se había convertido para ellos en todo un símbolo de esperanza.
¿Qué pasó, pues, para que este joven abandonara el proceso? ¿Qué detuvo su deseo de salir de esta situación de adicción? Los motivos sólo los conoce él, pero son mediados por su proceso formativo desde lo afectivo, lo educativo, lo político, lo cultural y lo económico. Lo que sí hay que decir es que este tipo de conducta influenciada por las drogas no debería pensarse sólo desde el ejercicio de la libertad, en el que una persona consume porque puede, quiere y ha elegido qué consumir y en qué circunstancias, sino desde lo que representa el acto de consumo en un contexto en el que se entiende también como una manera de “identificarse con”, de “pertenecer a”, en la que es una especie de distinción social.
En efecto, nuestro personaje se convirtió en toda una leyenda para su pandilla y para el mismo barrio, al reivindicar su apodo que al parecer le quedó bien puesto: “El Diablo”.
federic.cj@gmail.com
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