Piedad con el Cañón del Combeima

Carmen Inés Cruz Betancourt

Con frecuencia se afirma que uno de los sectores que más pueden dinamizar la economía y aportar a la generación de empleo en el Tolima es el turismo. Como sustento se mencionan las ventajas del territorio por su localización en el centro del país, su proximidad a Bogotá y las vías que lo conectan; la variedad de climas, diversidad y belleza de sus paisajes; también la gastronomía, la multiplicidad de eventos culturales, especialmente musicales, que se desarrollan en la región. Y todo eso es cierto como potencial para atraer turismo, lo que no es cierto es que esos elementos se hayan trabajado de tal modo que dicho potencial se traduzca en condiciones propicias para atraer y servir al turismo.   
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Veamos como ejemplo la zona del Cañón del Combeima, que visité recientemente y se supone que constituye un punto de especial interés turístico en el entorno de Ibagué, y no hay duda, es un escenario de singular belleza; colinas y montañas encierran el paisaje con una vegetación variada y exuberante y, si tienen suerte, podrán contemplar una vista espectacular del Nevado del Tolima y una asombrosa variedad de aves y mariposas de múltiples especies y colores; todo acompañado de un clima maravilloso. 

Pero, semejante belleza se va al piso cuando se observa, por un lado la creciente deforestación de las laderas para montar cultivos y potreros para ganadería, más la creciente invasión con cambuches y otro tipo de construcciones que se agarran de las laderas donde enfrentan alto riesgo de deslizamientos. 

En segundo lugar, el caos vehicular en una vía angosta, que por falta de parqueaderos obliga a parquear a lado y lado de la misma, haciendo muy difícil la circulación y los retornos. Se suma la intensa tugurización con todo tipo de construcciones, incluyendo cambuches y otras de varios pisos que parecen esperpentos, todas casi sobre la vía misma, porque los andenes no existen, a pesar del gran número de caminantes, ciclistas, motos y otros vehículos que circulan. Para completar, un sinnúmero de ventas ubicadas sobre la vía, especialmente de alimentos, muchas de ellas sin las condiciones adecuadas.

Todo esto en relación con los bordes de la vía, pero no se queda atrás cuanto sucede en la ronda hídrica del Río Combeima y sus afluentes, que reciben vertimientos indeseables, basura y escombros, además de que avanza la invasión con construcciones de diversa índole que no solo atropellan el urbanismo y al sentido de la estética sino que, por sobre todo, son una amenaza para ellas mismas y una flagrante transgresión a las normas que obligan cuidar de la ronda hídrica y de un ecosistema en extremo vulnerable, teniendo en cuenta además, que se trata  nada menos que del Río Combeima, la fuente que abastece el acueducto de la ciudad, tal como lo han señalado otros analistas (El Nuevo Dia/agosto 19-2021) 

Procede entonces, pedir “Compasión con el Cañón del Combeima”. Y es obvio que su protección exige la intervención vigorosa, articulada y continuada de las autoridades competentes, que saben que no es suficiente con arreglos eventuales a la vía -muy importantes por supuesto- pero que si no se actúa con prontitud en los otros ámbitos, se corre el riesgo de que al intensificarse la afluencia de vehículos, de público, de construcciones y montaje de negocios, los problemas se agudicen en materia grave.

En suma, si se quiere que la zona se constituya en un atractivo turístico real y sostenible es urgente que se articulen las múltiples acciones requeridas, y que la promoción que se hace, se acompañe con apoyo a los numerosos  empresarios que con mucho esfuerzo y cumpliendo los requisitos correspondientes, ofrecen productos y servicios de calidad.

Carmen Inés Cruz

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