Si usted es una de esas personas que suele decir que: “no le interesa la política, que no le gusta, que la detesta, o que es apolítico”, debe saber que infortunadamente son muchos los colombianos que opinan igual. Posiblemente porque no tienen clara la diferencia entre “política y politiquería”, debido a que en su entorno el ejercicio de la última es lo que ha predominado y conoce sobre la corrupción, la manipulación, las falsas promesas, la compraventa de votos y demás corruptela que la caracteriza, y le lleva a generalizar “que la política es sucia y que todos los políticos son corruptos”. Esta postura explica en parte, la altísima abstención que se observa en las elecciones que prevé nuestra frágil democracia para posibilitar la participación ciudadana a la hora de elegir quienes nos representan en cuerpos colegiados y quienes nos gobiernan a nivel local, regional y nacional; en otras palabras, las personas que toman decisiones que determinan la calidad de vida de la ciudadanía. La mala noticia es que quienes se abstienen de participar suman mucho más que aquellos sí lo hacen. Como referencia destaco que la abstención en las elecciones parlamentarias colombianas en 2002 fue de 59,38%, en 2006 fue 60.58% y en 2010 el 55.93%, mientras que en las elecciones presidenciales para los mismos años esa abstención fue de 53.17%; 55.85% y 55.14% respectivamente. Es entonces enorme la proporción de población que pudiendo participar no lo hace; algunos por desinformación o imposibilidad física (distancia, costos de desplazamiento o limitaciones físicas y de salud); otros por desinterés o negligencia y muchos más para expresar rechazo al sistema, porque no creen en él o consideran que su voto no importa y que, con o sin él, las cosas siguen igual. A la abstención se agregan los votos en blanco y los nulos y, así resulta que es una reducida proporción de la ciudadanía la que decide por el resto.
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Frente a ello cabe afirmar que la politiquería es absolutamente repudiable, y también que es muy diferente de la verdadera Política, la cual, en términos sencillos se refiere a aquel quehacer relacionado con la búsqueda, gestión y manejo de los instrumentos y recursos que permitan la convivencia armónica y el bienestar de los pueblos (la polis) sin distingo alguno. Es en el escenario de la política donde se determina el modelo socioeconómico que rige el país, el tipo de democracia que impera, la equidad en el acceso a los recursos, la calidad de la justicia, salud y educación, del cuidado de nuestros recursos naturales, etc. ¿En esos términos, cómo podría alguien decir que no le importa? El escepticismo, la desconfianza y la desesperanza no son excusas válidas para que entreguemos a otros la posibilidad de decidir sobre asuntos tan trascendentes. Diferenciar con claridad “la política y los políticos” de “la politiquería y los politiqueros”, y a la vez, reivindicar lo primero y rechazar lo segundo, es el gran desafío. Para ello es imperativo debatir estas ideas y promover la participación de mujeres y hombres por igual, incluyendo muy especialmente a la gente joven. Es nuestro deber reflexionar sobre las alternativas que tenemos que, a mi juicio son pocas: continuar como vamos, empeorar, o participar activamente para lograr un cambio pacífico dirigido a erradicar la perversa politiquería y abrir el espacio a la auténtica política y a quienes merezcan nuestra confianza. Es la única opción digna y está en nuestras manos, en nuestros votos. La oportunidad excepcional se presenta el próximo 13 de marzo, cuando debemos lograr una altísima participación con un voto inteligente que nos permita afirmar que hemos superado aquella nefasta confusión. Lo debemos a nosotros mismos y a las futuras generaciones.
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