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Lo conocido sobre la defensa que hizo el Alcalde Hurtado en su discurso ante ciudadanos reunidos en el Parque López de Galarza de Ibagué (publicado en este diario) para refutar acusaciones del exalcalde Jaramillo -que le precedió-, es un hecho no solo desorbitado sino grotesco, vergonzoso. Defender su posición afirmando que él “si tiene los cojones bien puestos” … o que el exalcalde “… se orina en los pantalones cada vez que iniciamos una obra … o cada vez que dicen que el alcalde va a visitar a la comunidad …”, no son por supuesto argumentos que convenzan a nadie, ni podrán probarlos, en cambio lo que sí logra es probar su actitud primitiva, porque al insulto a los golpes a la vulgaridad y a la violencia física o verbal se acude cuando no se cuenta con capacidad para controlarse ni para argumentar.
Y asumiendo mi sesgo de maestra, destaco que es reprochable, además, porque no ha entendido aquello de que “mejor se educa con el ejemplo que con la palabra”, y se ha dicho mil veces que la responsabilidad de educar no es solo de los padres, la familia y los maestros, lo es de modo muy especial de la dirigencia y de quienes gobiernan, que por tal razón logran gran visibilidad y pueden constituirse en referentes para otros, especialmente para la juventud. Y es que, después de algo así, ¿qué puede replicar un padre a su hijo o un maestro a su alumno si ante controversias que puedan surgir entre ellos, éstos les responden como lo hizo el Alcalde?
No se trata de alinearse con uno u otros de los personajes que se acusan entre sí, quién tiene la razón es un asunto que dirime la justicia si los casos enunciados llegan a esas instancias, el asunto aquí es el estilo utilizado por el Alcalde en su defensa, que permite afirmar como lo haría el Chavo del Ocho: se le chispotió. Falló en materia grave y debería ofrecer disculpas a la ciudadanía por haber sido incapaz de controlarse y utilizar su inteligencia para defenderse con argumentos y con datos; ese no es un comportamiento propio de quien dirige las riendas de la ciudad. Ahora bien, alguien podría señalar que ocuparse del lenguaje que usan es un asunto banal, que en esa controversia hay problemas más graves para tratar, pero no se puede perder de vista que, tanto las palabras como el tono en que se expresan, aportan de modo contundente a la creación de escenarios donde se cultiva la crispación y la violencia o la armonía y la convivencia, y hace parte de la imagen que proyecta la persona y del ejemplo que ofrece.
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