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Cabe preguntarnos: ¿cómo es posible que hasta para celebrar fechas tan especiales nos hacemos daño? Precisamente cuando se busca fortalecer la unión familiar, compartir con amigos, degustar viandas que añoramos todo el año y regocijarnos con la expectativa de que el nuevo año sea mejor.
Datos para el Tolima señalan que en estas festividades 62 personas sufrieron quemaduras con pólvora, 12 eran menores de edad y 50 adultos; 56 hombres y 6 mujeres, y del total 23 requirieron hospitalización. Los hechos ocurrieron en 20 de los 47 municipios del departamento; Ibagué reportó 29 casos (46%). Los artefactos más utilizados fueron: totes, voladores y volcanes.
Según la Secretaría de Salud departamental, la cifra creció 11% respecto al año anterior y es preocupante; todo a pesar de las campañas realizadas para prevenir el uso de la pólvora. También, a pesar de que contamos con la Ley 2224 (de junio 30-2022): “Por medio de la cual se garantizan los derechos fundamentales a la vida, la integridad física, la salud y la recreación de todos los habitantes en especial los niños, niñas y adolescentes en el territorio nacional mediante la regulación del uso, la fabricación, la manipulación, el transporte, el almacenamiento, la comercialización, la compra, la venta y el expendio de pólvora y productos pirotécnicos en el territorio nacional y se dictan otras disposiciones”.
Ley que ha sido reglamentada y establece sanciones severas para los contraventores.
Tal parece que ni la Ley ni las campañas que realizan gobernación y alcaldías han logrado su cometido. Cabe entonces preguntar: ¿qué ha fallado y cómo replantear la acción para conseguir mejores resultados?. Es evidente que no hay conciencia en la ciudadanía sobre las graves consecuencias para los afectados y sus familias de una quemadura con pólvora, que puede significar: Problemas auditivos y visuales, daños en los músculos, piel o huesos, pérdida de miembros (dedos, brazos), deformaciones faciales, con implicaciones físicas y psicológicas, algunas severas e irreparables. Se suma el costo para los involucrados y para el sistema de salud, el malestar que produce a muchos vecinos y el riesgo de incendios por una chispa que llegue al lugar equivocado, que pueden ser gravísimos por la sequía y escasez de agua que padecen muchas zonas.
No es exagerado insistir en la urgencia de trabajar para lograr mayor conciencia sobre la responsabilidad ciudadana de ocuparse de esta problemática, que no es tarea solo de entes gubernamentales y dependencias encargadas de prevenir riesgos y desastres, lo es muy especialmente de padres de familia, maestros y directivos de todo orden, educar para que se eviten las celebraciones con pólvora, que si reflexionan, es tanto como quemar billetes para satisfacer en forma efímera el gusto de unos pocos. Se requiere también rigurosa aplicación de las normas vigentes para que los contraventores no se amparen en la impunidad.
Tan grave como el uso irresponsable (no profesional) de la pólvora para animar fiestas, son las riñas resultantes del consumo excesivo de licor y drogas, y malogran encuentros que deberían ser muy gratos. Sobre esto no se dispone aún de cifras detalladas; en todo caso, son dos hábitos que debemos superar, acudiendo a la formación de disciplina social que nos lleve a actuar pensando en el bienestar propio y de otros, y entendiendo que las festividades, no solo de fin de año, serán mucho más gratas si evitamos hechos tan lamentables como los referidos. Que sea un propósito para 2024.
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