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Es así como conocemos cuanto sucede en Ucrania, en la Franja de Gaza y en otras zonas donde la destrucción y las muertes conmueven al más fuerte. Y, si revisamos nuestro entorno, duele observar el intenso flujo de migrantes nacionales y extranjeros que transitan por nuestro territorio rumbo a USA, para escapar de la violencia, pobreza y persecución que padecen y los lleva a compartir una cruel travesía con nacionales de Venezuela, Haití, Cuba y otros países de América Latina, Africa y Asia. Todos sometidos a traficantes del poderoso Clan del Golfo que se ha apropiado de esa ruta de escape para traficar con droga, con seres humanos y cometer crímenes atroces.
También abruma conocer el gran número de líderes comunitarios y firmantes del Acuerdo de Paz asesinados, así como los feminicidios y homicidios que reportan cada día. Y duele conocer del surgimiento de un nuevo frente guerrillero de las disidencias para operar en los departamentos del Huila y Tolima en zonas donde, en años recientes se logró disfrutar de relativa paz y avanzar con importantes proyectos productivos.
Se suma la angustia que genera cuanto sucede en el sistema de salud, sobre el cual casi cualquier ciudadano desea que haya cambios para mejorar, pero siente temor de que lo propuesto empeore las cosas. Y son muchos más los asuntos que nos angustian, como la enorme pobreza, desempleo, inequidad, corrupción, impunidad e inseguridad que se enfrentan y explican la tensión e incertidumbre que afecta a la comunidad y deteriora su salud mental. Pero, es preciso señalar que los mencionados no son problemas nuevos, son antiguos, solo que se acumulan, profundizan y toman nuevas formas con el tiempo.
Poca duda cabe de que fueron esas circunstancias las que condujeron a una mayoría ciudadana a aceptar la promesa de cambio que planteó la campaña del actual gobierno, sabiendo de antemano que la tarea era muy difícil. Pero, la misma angustia acumulada la lleva a esperar resultados imposibles de lograr en corto tiempo, y como algunos señalan, las cosas se complican porque el gobierno tiene dificultades para dirigir, planificar y ejecutar; no cuenta con equipos con experiencia y capacidad para cumplir sus tareas con diligencia y, además, la improvisación es grande, el estilo agresivo y no han logrado diferenciar aquello que funciona y puede mejorar, de aquello que debe transformarse a fondo, porque no se trataba de arrasar todo para arrancar de cero. A la inexperiencia en el manejo de la cosa pública agregan la obcecación y la tendencia a polarizar, a clasificar todo en solo dos categorías: malos y buenos, amigos y enemigos, sin entender que en el medio la gama es amplia. En consecuencia, pasados unos meses han fortalecido la oposición y son muchas las voces que expresan enorme decepción y desesperanza.
No obstante, en nada ayuda asumir una actitud negativa y derrotista, es mejor conservar la esperanza de que unos y otros hayan aprendido las lecciones. Aún es tiempo para ajustar la estrategia y el estilo; para convocar a quienes puedan ayudar, independiente de la orilla en que se encuentren y, sumando fuerzas, rescatemos al país de las garras de quienes pretenden dominarlo para sus perversos propósitos y exclusivo beneficio. El desafío es grande y nos compromete a todos y todas.
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