Solidaridad con las maestras, maestros y sus familias

Carmen Inés Cruz Betancourt

Las imágenes que presentan los medios de comunicación de tantos miembros de esta comunidad y sus familias, clamando por citas médicas, procedimientos, medicamentos y otros asuntos, son conmovedoras y convocan la solidaridad con ese segmento de población tan importante para el país. Y es que los problemas que enfrentan no solo los afecta a ellos en materia grave, también a los escolares que pierden clases y así retrasan su agenda a veces en forma irrecuperable y complica la vida de sus familias.
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Se trata de un conglomerado con más de 800 mil afiliados que requieren atención en un campo tan sensible como es la salud. Una tarea de gran magnitud y complejidad, con el agravante de que quienes demandan servicios llegan agobiados por la angustia y urgencia de que alivien sus dolores y sintiendo que lo que está en juego es su vida.

Mejorar el esquema de salud que sirve al magisterio era necesario y así lo declaran muchos, pero resulta evidente que un cambio de semejante envergadura requiere detallada planificación y preparación de los actores involucrados, que seguramente aspiraban a lograr los mejores resultados. El hecho es que algo tan complejo no se resuelve solo con el deseo, ni con una orden de: “comuníquese y cúmplase” o ¡cámbiese y hágase de mejor modo!, como esperando un milagro que solo imaginan personas autoritarias y desconocedoras de la complejidad de las tareas, de los diversos eslabones involucrados y del ritmo como se mueven los procesos en el Estado, las convocatorias, las contrataciones, los giros, etc. Asuntos que se relacionan no solo con la ineficiencia o desconocimiento de funcionarios y proveedores, también porque optan por ser precavidos frente a la posibilidad de cometer errores que luego recaigan en sus hombres y deban responder inclusive con su libertad y hasta con su peculio, especialmente en momentos en que hay tantos ojos observándoles. 

Tanta improvisación no podía dar buenos resultados, sin importar la buena intención de los mandantes, que con la agresividad que manejan empeoran las cosas. Imposible esperar que entidades sin la experiencia adecuada pudieran, de la noche a la mañana, responder con presteza a tamaño desafío, y ahora deben reconocer que no fue su culpa, los presionaron a asumir tareas para las cuales no estaban preparadas. 

Como lo han repetido otros observadores, es un suceso lamentable que ojalá deje clara la lección de que la improvisación es grave y costosa en múltiples dimensiones, entre otras en el campo político, porque es duro el golpe que recibe el gobierno y los directivos involucrados que deben asumir la responsabilidad de semejante fracaso. Para completar, se trata de que el magisterio es un sector cuyo apoyo político ha sido crucial para el gobierno y que además cuenta con sindicatos que tienen capacidad para reaccionar en forma compleja. No en vano se oyen voces que afirman que se les utilizó como “conejillos” para ensayar los cambios que quieren introducir en el nuevo modelo de salud para el resto de la población colombiana que suma más de 50 millones de personas, el cual, según expertos no parece suficientemente claro ni confiable y se plantea con tiempos insuficientes para la transición. Esperemos que lo sucedido se asuma como una alerta que conduzca a revisar las propuestas.

El asunto en referencia involucra a toda la población, así que por el bien del país, solo queda pedir mesura a la dirigencia y a los actores directamente involucrados y, por supuesto, máxima prontitud en la resolución de esta problemática. También, expresar solidaridad con el magisterio y sus familias.

Carmen Inés Cruz

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