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Recojo esta cita porque encuentro que aplica muy bien a la realidad colombiana, donde las circunstancias que vivimos han hecho que muchas personas se encuentren sumidas en esa órbita de las emociones tristes, especialmente en el ámbito de lo político, y son numerosas las razones que se aducen para explicar esa tendencia, tales como la violencia que venimos padeciendo por tantas décadas, la aguda sensación de incertidumbre, inseguridad y miedo, la desconfianza en las instituciones y en la múltiples promesas de políticos y gobernantes, que luego no cumplen y generan desconfianza en los otros, en sí mismo y en el futuro.
Ahora bien, este tipo de emociones se transforman en actitudes y comportamientos destructivos que estimulan la polarización y debilitan a personas y comunidades. Importa entonces reconocer que alimentar odio, venganza, resentimiento, desconfianza y otros sentimientos negativos nada logra aparte de profundizar la grave problemática que nos afecta, porque desde esa perspectiva cualquier intento por salir adelante se hace partiendo, aún inconscientemente, del supuesto de que nada funcionará, que todo está perdido. Así mismo, se debe reconocer que eso de cultivar las emociones tristes no es un asunto trivial, sobre todo porque es contagioso y especialmente porque se transmite a las nuevas generaciones, que pueden interiorizar la sensación de desesperanza, vacío, soledad y no futuro y así se dan por vencidas desde muy temprano, con el agravante de que alimentados por la profusión y celeridad de medios de comunicación a su alcance con mensajes perturbadores, pueden inducirles a adoptar comportamientos antisociales, al consumo de drogas y a generar afectaciones en su salud mental, inclusive llevarles al suicidio.
Entre tanto, es un hecho que en general, se valoran mucho más aquellas personas y comunidades positivas, solidarias, propositivas, receptivas, entusiastas, dispuestas a emprender e intentarlo de nuevo si algo falló; esto es, caracterizadas por emociones amables. Procede entonces preguntarnos ¿hasta dónde vamos a llegar si nada hacemos para superar aquellas posturas que nos hacen tanto daño? Ante esta circunstancia parece que solo hay dos opciones: continuar igual y sumirnos en la desesperanza, o reaccionar, tomar conciencia de cuanto nos sucede y de la necesidad imperiosa de actuar y adoptar estrategias pertinentes para superar tantos hechos y sensaciones que nos deprimen.
El reto es difícil y necesita el compromiso y persistencia de muchos porque a todos nos compete. Y son aquellas personas y estamentos con mayor capacidad de incidencia los llamados a liderar esa cruzada que logre movilizar a la comunidad para que en conjunto consigamos superar las emociones tristes que predominan y en cambio arraigar aquellas que nos permitan confiar en nosotros mismos y hacernos responsables de aportar a la construcción de una sociedad con mejores seres humanos y mejores ciudadanos. En esta tarea podrán jugar un papel protagónico el cuerpo docente de todos los niveles, así como las madres y padres de familia y la familia en su conjunto, los medios de comunicación y líderes formales e informales de diversos ámbitos. Posiblemente dirán que están sobrecargados, que sus responsabilidades los desbordan, pero dada la trascendencia de este cometido resulta imperativo que se asuma con energía, entusiasmo y prontitud.
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