Otra mirada a la participación colombiana en los Olímpicos de París

Carmen Inés Cruz Betancourt

Varios analistas han señalado que la participación de nuestros deportistas en los Juegos Olímpicos de París es la que peores resultados reporta en términos de medallas y reconocimientos obtenidos: Cuatro medallas -tres de plata, una de bronce- y 14 Diplomas -otorgados a quienes finalizan entre los ocho primeros puestos. Y tienen razón, lo deseable es que hubieran conseguido muchos más galardones.
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Afortunadamente también destacan lo expresado por los deportistas: “Durante el proceso para llegar a París 2024, muchas veces el apoyo no fue suficiente y llegó tarde. Y agregan que si hubieran tenido el apropiado respaldo económico durante todo el ciclo y no solo en el último año, los resultados habrían sido superiores.”

Cabe precisar que esta fue la edición 30 de los Juegos Olímpicos y compitieron 204 países en 32 disciplinas deportivas. A su vez, por los logros obtenidos Colombia se ubicó en el puesto 66; compitió en 18 disciplinas deportivas y participó con 89 deportistas, de los cuales 58.4% eran mujeres (52) lo que constituye un hecho histórico porque en todas las anteriores Olimpíadas la gran mayoría de la delegación estuvo conformada por hombres. 

Y no se puede pasar por alto que de las cuatro medallas logradas, dos fueron obtenidas por mujeres, y tres de los cuatro medallistas son oriundos del Pacífico colombiano y de raza negra. Son, además, jóvenes procedentes de familias muy pobres, al punto que varios de ellos expresaron gran felicidad porque con el premio que reciban “por fin podrán comprar una casita para su familia”. Tampoco es coincidencia que los tres optaron por deportes como lucha libre, boxeo y levantamiento de pesas, deportes que parecen ser los únicos al alcance en su medio, porque demandan infraestructura y equipos de menor costo, y su práctica la pueden adelantar en escenarios menos complejos. 

Entonces, sus logros son principalmente producto de su resiliencia y persistencia, de su deseo de superarse para ofrecer mejores condiciones de vida a su familia. No en vano una de las deportistas destacó que el mayor estímulo para persistir en su empeño lo recibe de su pequeña hija, de no más de siete años que, enfocada por reporteros de TV expresaba alegría mientras en la pantalla observaba a su madre, que postrada en el suelo luchaba con su contrincante. Queda entonces reflexionar sobre el hecho de que, si personas que enfrentan tanta precariedad para practicar deportes alcanzan estas preseas, cuánto más lograrían si contaran con condiciones propicias y estímulos retadores.

De nuevo, es cierto, son pocas las preseas obtenidas, pero es justo reconocer que quienes las obtuvieron merecen nuestra admiración, gratitud y aplausos por lograr tanto con tan poco. Procede, además, pedirles perdón por el poco apoyo y reconocimiento que reciben, a pesar de los reiterados discursos, inclusive soportados en estudios científicos,  sobre la enorme importancia que tiene fomentar el deporte en la infancia y juventud  para procurar cuerpos y mentes saludables, para ocupar el tiempo libre en forma grata, estimular el trabajo colectivo, aprender a seguir reglas, arraigar hábitos de disciplina, fortalecer el relacionamiento armónico con sus pares y valorar no solo los triunfos sino también la posibilidad de compartir y así enriquecer múltiples dimensiones de sus vidas. 

Perdón también, porque el sector deportivo igual que el de la cultura, suelen ubicarse entre los más afectados por la corrupción, especialmente cuando se trata de construcción y mantenimiento de escenarios, así mismo, por sucesivos recortes presupuestales; de uno y otro asunto hay numerosos ejemplos que no hace falta citar. Es tiempo, entonces, de emprender acciones contundentes para introducir correctivos que permitan potenciar estas actividades, si queremos mejores resultados.

Carmen Inés Cruz Betancourt

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