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Son variadas las formas de polución que padecemos en Ibagué y en esta ocasión me refiero a tres en particular: Primero, la contaminación auditiva propiciada por el volumen ensordecedor de artefactos que instalan en casi cualquier espacio de la ciudad; segundo, la polución visual que resulta del exceso de avisos y pancartas que agreden el paisaje y, tercero, la generada por miles de motos y otros vehículos que parquean en las calles, invaden antejardines y andenes y ponen en riesgo a los peatones.
Quienes circulan por la ciudad estarán de acuerdo con el hecho de que resulta insoportable encontrar en cada calle y puertas de almacenes y casetas de vendedores ambulantes, equipos de sonido, cornetas y parlantes que con estruendoso volumen anuncian sus productos. Así pretenden atraer compradores, sin tener en cuenta que, con semejante alboroto los espanta, y además infringen normas que definen los decibeles admisibles en zonas comunes.
No se excluyen los centros comerciales y algunos supermercados, donde seguramente existen normas sobre esa materia pero los administradores no las hacen respetar y convierten esos espacios en réplicas de las más bulliciosas calles de la ciudad. Y no solo es el ruido que se encierra en esos recintos, también ocurre al interior de los almacenes sin que los responsables intervengan.
Tampoco se excluye la Plaza Murillo Toro, frente de la Gobernación, donde no solo los vendedores ambulantes utilizan cornetas para anunciar a gritos sus productos sino, también quienes atienden en casetas con publicidad de la Licorera del Tolima. Todo ello sin considerar que el exagerado volumen que aplican, perturba a quienes laboran en la Gobernación y otros edificios donde operan oficinas. Y qué decir del padecimiento de tantas familias que residen en ese entorno y, día y noche, sufren semejante tragedia. Como si fuera poco, ante la imposibilidad de utilizar la Concha Acústica -que continúa derruida- para la realización de actividades culturales, esta Plazoleta se ha convertido en el espacio favorito para montar carpas para tal efecto.
También resulta inaceptable la polución con avisos, pancartas y todo tipo de publicidad que invade cada rincón de la ciudad, sin el menor sentido de la estética y de respeto por el espacio público. Ellos inclusive ocultan la nomenclatura de las calles y la señalización de las vías.
Se suma la contaminación de calles, antejardines y andenes invadidos por motos y otros vehículos; también, por productos de los comercios que los utilizan como vitrina. Así, unos y otros dificultan la circulación de los peatones a quienes ponen en riesgo porque deben caminar por la calle y competir con vehículos que circulan veloces.
Lamentable que estos hechos ocurran a pesar de que existe una normatividad que, aplicada con rigor, podría hacer más grata la ciudad y generarle ingresos si se imponen las sanciones previstas. Es preocupante, además, porque mientras celebramos la hermosa florescencia de los ocobos y otros árboles y arbustos que embellecen la ciudad y avanzamos en la realización de maravillosos festivales de música que atraen a residentes y visitantes, ese atractivo se ve afectado por estas fallas que pudieran superarse si se aplican los controles.
Trabajar en serio para mejorar estos problemas sería una buena forma de hacer de Ibagué una ciudad que demuestra interés por el bienestar ciudadano y cuida la salud mental de sus habitantes; una ciudad mucho más grata y atractiva.
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