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Así logran impresionar por un tiempo, pero luego, cuando resulta evidente la exageración o falsedad de cuanto aparentan o prometen, la caída puede ser no solo estruendosa, sino vergonzosa, porque serán calificados por muchos como: mentirosos, farsantes, fantoches, esquizofrénicos y cosas peores
Pero, aún sea cierto cuanto alardean, el hábito de ostentar resta seriedad a su imagen, además de que se exponen a que “amigos de lo ajeno” se acerquen para expoliarlos. En suma, la ostentación en ningún caso es buena para afirmar la solvencia de alguien, o su creciente status social, y ello resulta peor en entornos donde la desigualdad es tan abrumadora que mientras unos cuentan con muchos recursos, otros carecen inclusive del mínimo vital.
Lo dicho hace recomendable acudir a la prudencia y la austeridad que implica, tomar conciencia de cuanto se tiene, de las responsabilidades, compromisos y prioridades, para no gastar en cosas innecesarias ni más de lo que se tiene, ni hacerse ilusiones con ingresos sobre los que no se tiene certeza. Es imperativo, entonces, no hacer promesas que generen expectativas imposibles de cumplir porque le pueden ganar aplausos en principio, pero luego se convertirán en improperios, y poco le servirá buscar culpables, porque las promesas las hizo usted. Ante ese riesgo, cabe considerar que los resultados serán mejores, si al final, sorprende a quienes esperan, entregando mucho más de cuanto prometió.
Puede surgir el temor de que, a quienes optan por la austeridad les llamen: tacaños, cortos de visión y de ambiciones, que no piensan en grande, etc, pero también habrá quienes los consideren prudentes, responsables, aterrizados, confiables. Es evidente que preferir la austeridad demanda una buena dosis de inteligencia y sentido estratégico y exige pensar no solo en sí mismo sino en los demás, reconociendo aquello que los otros consideran vital.
Si lo dicho antes se aplica al Estado Colombiano, y es pertinente hacerlo en momentos en que se conocen datos contundentes sobre los problemas fiscales que enfrenta, como lo han señalado muchas veces y en distintos momentos, resulta imperativo optar por la austeridad extrema. Ello requiere prudencia para cuidar que no se afecte en forma grave el bienestar de la comunidad y que, en cambio, sea la oportunidad para eliminar gastos que constituyen despilfarro.
En ese contexto y, de nuevo, como lo han planteado otras personas, cabe pensar en: la urgencia de multiplicar los esfuerzos para eliminar o al menos minimizar la corrupción que consume tantos recursos; en reestructurar el Estado y ello implicaría eliminar o fusionar varios Ministerios, Departamentos Administrativos, Agencias y Altas Consejerías y, por supuesto, descartar la burocracia ociosa de todas las entidades oficiales y exigir mayor idoneidad y eficiencia a los funcionarios. También, reduciendo el número de Congresistas y de sus UTLs y determinando que el salario de los Congresistas, altos directivos del Estado y Magistrados, se reduzca en forma significativa. Que se descarten viajes inoficiosos de los funcionarios, se reduzca el número de Embajadas y otros cargos inútiles en el exterior. Se revisen aquellos subsidios innecesarios y hasta perniciosos porque estimulan la dependencia insana.
Se entiende que varias de estas medidas son audaces y su trámite implica largas y complejas jornadas, pero el asunto es tomar la decisión y persistir, para que la ciudadanía sienta que se piensa en ella. Qué buen regalo sería para el país que se avance en esta línea y se aplique voluntad política y trabajo intenso para sacar adelante este tipo de medidas.
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