¡Escuchemos a la clase media!

La magnitud de las protestas sociales en las grandes ciudades y algunas zonas rurales nos han sorprendido en los últimos meses.

Asalariados y estudiantes, en su mayoría de clase media, motivados por el desconocimiento o no reconocimiento de algunos derechos económicos y sociales o por el desacuerdo con políticas gubernamentales, expresan su descontento mediante huelgas y paros -o amenaza de ellos-, marchas y movilizaciones.

 Nuestra clase media, para mayor comprensión los estratos 3 y 4, es reciente y vulnerable: gran parte de ella apenas ha superado la pobreza. Sin embargo, saben que el poder económico, social y político que han alcanzado los convierte en un grupo de presión importante.

Están descontentos y no tienen miedo de reclamar o demandar derechos. Son alrededor del 30 por ciento de la población según el Dane y otros estudios y mediciones.

Con mayor nivel de educación y de capacidad de compra, sus ambiciones y expectativas de futuro han cambiado. Dejaron de ser pobres. No van a permitir que decisiones políticas los regresen a su anterior e incómodo entorno. No tienen compromisos ni presiones de tipo social, político o económico, pero tampoco le deben a nadie lealtades, a pesar de que parte de su bienestar lo han obtenido, además de su trabajo, esfuerzo y sacrificio personal, a la aplicación de acertadas políticas sociales adoptadas en diferentes gobiernos y momentos.

Los gobiernos se ufanan de su capacidad de superar las cifras de la pobreza. Las políticas ya no se diseñan para esos miles de ciudadanos, una vez movilizados a otra escala social. Los subsidios siguen siendo otorgados a los más pobres y también a los más ricos mediante exenciones tributarias. Para muchos, la importancia de la clase media no pasa de ser comercial o electoral. A pesar de su número e importancia, la actitud frente a ellos pareciera ser: ¡Defiéndanse o arréglensela como puedan!

Quienes son parte de la clase media ya no son lo mismo de ayer… No tienen mucho por ganar, sí por conservar. No son ricos, pero han mejorado sus condiciones de vida y vislumbran un futuro más prometedor para sus descendientes. Su temor consiste en dejar de ser lo que son hoy, en rebajar su posición, en no ser capaces de marcar distancia con los de abajo.

Corremos un gran riesgo si nos negamos a entender el problema. Tratarlos como a un grupo de jóvenes contagiados por las redes sociales o culpar a los grupos armados ilegales de promover e infiltrar estas manifestaciones de descontento con el fin de deslegitimizar la autoridad o controvertir alguna política de Estado, es una peligrosa simplificación: los conflictos sociales llegarán en cualquier momento y tenderán a crecer si no intentamos conversar, entender y  encontrar soluciones a las causas que provocan inconformidad.

Peligroso negar realidades o no medir sus consecuencias: que no se repita la historia…sucedió con la violencia, el narcotráfico, los grupos de autodefensa, las bandas criminales…Sabemos, pero no hacemos nada: esperamos  que las situaciones incómodas se arreglen solas.


Credito
COLPRENSA

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