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Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó al poder en México, luego de tres intentos, con promesas de erradicar la corrupción, reducir el gasto innecesario, acabar con la pobreza y la desigualdad, dar seguridad, garantizar la educación pública gratuita, servicios de salud, reactivar la economía, entre muchas otras.
Como ejemplo de populismo, en el poder, impulsó la pensión para adultos mayores de 65 años; incrementó el salario mínimo a los trabajadores y creó “Jóvenes Construyendo Futuro” para buscar su apoyo, a quienes conectó y movilizó por medio de las redes, siendo ello fundamental para su elección. No obstante, el crecimiento de la economía no fue lo prometido, lo que afectó la inversión extranjera y nacional sumado desempleo; tampoco acabó con el narcotráfico y los carteles con quienes practicó el lema “Abrazos y no balazos”; debilitó las fuerzas de seguridad que incrementó el homicidio, además de generar problemas con la migración hacia EE. UU.
Por su parte, en Nicaragua, gobernada por Daniel Ortega, quien al llegar a la presidencia en el 2011 procedió a reformar la constitución para elegirse indefinidamente y tras elecciones poco transparentes, inhabilitando o encarcelando a los candidatos de la oposición, limitando la libertad de prensa y reprimiendo violentamente las masivas manifestaciones organizadas en su contra, con miles de muertos y heridos, logró volverse a elegir presidente en el 2016 y 2021.
En sus gobiernos, para disimular su tiranía, implementó políticas sociales como becas para estudiantes de bajos recursos, cobertura amplia en salud, proyectos de vivienda, construcción de plantas de energía renovable y expansión eléctrica; sin que ellas hayan servido para acabar con la corrupción y el nepotismo imperante, ni mejorar la crisis política, económica, la pobreza y desigualdad existente que provocó el éxodo de los nicaragüenses. Como en Venezuela, hoy controla todos los poderes y se sostiene con el apoyo de su partido, las fuerzas armadas y policiales, algunos sectores comerciales y empresarios amigos.
De lo anterior se desprende que, esos modelos junto al venezolano, y lamentablemente el colombiano, han ofrecido a los jóvenes puras ilusiones distantes de la realidad para labrar su futuro; como allá ocurrió, acá se les motivó a participar en movilizaciones y protestas, incluso con acciones delictivas, de las cuales no quedan sino el descontento y desilusión tras caer en cuenta de los discursos politiqueros y la no ejecución de acciones prometidas por parte del presidente.
De manera que, lo que obliga a los colombianos es a reflexionar y reaccionar a tiempo, para impedir que ello ocurra en nuestro país, no con críticas o agravios personales, si no con proyectos construidos por todos los actores sociales que los beneficien por igual y no a unos pocos. De paso, ¿en dónde está la clase política?
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