El odio de nunca acabar

Columnista Invitado

La confrontación de varias generaciones de colombianos por la política ha llevado a disolución de familias y aumentar el odio, pero debería hacernos reflexionar y llevarnos a forjar cierto sentido de la responsabilidad individual moral y de un espíritu crítico saludable para la democracia.
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No se puede seguir en esta guerra de insultos y agresiones con el otro.

Escepticismo debemos tener ante los hombres providenciales que prometen solucionar todos los problemas de un país y hasta del mundo. Deberíamos rechazar los discursos que incitan al odio contra un grupo, desconfiar de los extremismos y alimentar la conciencia civil.

En “Mi lucha”, Adolfo Hitler nunca hizo un misterio de su estrategia de “manipulación de las masas”. Allí se lee: “La capacidad de absorción de las masas es muy limitada y la comprensión reducida; pero, en contrapartida, su capacidad para olvidar es grande. Sobre la base de estos hechos, una propaganda eficaz debe limitarse a muy pocos puntos, que hay que repetir a porfía a la manera de un eslogan, hasta que todos estén convencidos de haber querido siempre esto y no otra cosa.”

Su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels (que se suicidó en el búnker con su esposa habiendo previamente envenenado a sus hijos), recomendaba “impregnar al ciudadano de las ideas de la propaganda sin que se diera cuenta que se estaba impregnando”. Una especie de “candado” que funciona para unas elecciones pero no para gobernar.

Un gran inspirador (en él abrevaron Mussolini o Goebbels y sin duda a su jefe Hitler) fue el sociólogo y psicólogo francés Gustave Le Bon, cuya obra “Psicología de las masas” fue aclamada. “Este libro publicado a finales del siglo XIX, no ha perdido nada de su actualidad” y en él se analiza la metamorfosis del individuo cuando se funde en una multitud, lo cual reduce considerablemente sus facultades de reflexión y voluntad propias: “desvanecimiento de la personalidad consciente, predominio de la personalidad inconsciente. Estas son las características del individuo en una multitud, ya no es el mismo, se ha convertido en un autómata al que la voluntad ya no guía”.

El líder tiene que impresionar, favorecer las pasiones, favorecer el gusto de las multitudes por las leyendas, confundir lo real con lo irreal. Solo pide abnegación y sacrificios, sentido del deber, incluso que renuncien a valores “humanos profundamente anclados, hasta el punto de considerar el asesinato de niños, mujeres y ancianos como un acto heroico”.

Historias conocidas en Colombia cuando abrían por política el abdomen de mujeres embarazadas para no permitir el nacimiento de un conservador o un liberal. Luego la guerra fratricida con los guerrilleros y paramilitares que jugaban fútbol con las cabezas de los asesinados. Violaciones y en pleno siglo XXI, ver a Israel bombardeando familias indefensas. De nunca acabar.

 

Donaldo Ortiz

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