Contravía

Daniel Felipe Soto

Quizás por la poderosa fuerza de la costumbre sea tan difícil concebir una Colombia sin violencia. Tal vez por el derramamiento constante de sangre, la vida haya perdido su valor. Nos habituamos tanto a la muerte violenta, que unas más no dejan de ser simples episodios del día. Ir en contravía de la muerte resulta un sueño peligroso, más si se es líder social, campesino, indígena, mujer, afro, joven.
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A los homicidios de Dilan Cruz de 18, Anderson Arboleda de 19 y Javier Ordóñez de 48, se suman los de Julieth Ramírez de 18, Jaider Fonseca de 17, Germán Fuentes de 25, Cristián Hernández de 27, Cristian Hurtado de 27, Julián González de 27, Andrés Rodríguez de 23, Angie Baquero de 19, Fredy Mahecha de 20, Lorwan Mendoza de 26, Gabriel Estrada de 31 y otros. Todos por la acción homicida de miembros de la Policía Nacional en abuso de autoridad o como eufemísticamente le llaman: “procedimientos de policía” o “balas perdidas”.

Sin embargo, la explicación de las balas perdidas y las manzanas podridas pierde sentido y deja de ser un simple accidente, contienen un mensaje político claro: no protesten, no opinen. Las deplorables actuaciones de miembros de la Policía Nacional y la falta de responsabilidad política al interior del Gobierno refuerzan el mensaje amenazante contra la protesta ciudadana. Más cuando se inicia una fuerte campaña de criminalización de la movilización. Resulta que, para el Gobierno, los únicos que se indignan por los abusos de la fuerza pública son los vándalos o el Eln o las disidencias de las Farc. Porque claro, los ciudadanos de bien no protestan, no disienten, no opinan, no sienten empatía, no piensan.

Es inaudito cómo en una democracia ocurren hechos como los de la semana pasada y todo se quede en “investigaciones exhaustivas” y en la petición insulsa de no estigmatizar a la institución. El presidente Duque al resaltar la ‘gallardía’ de la policía sin lamentar los homicidios cometidos por la institución y sin ofrecer garantías de no repetición, se burla del dolor de las víctimas y banaliza lo sucedido. Negarse a reconocer que existe un problema estructural al interior de la fuerza pública es avalar todos los procedimientos y la mala praxis que, en últimas, se traduce en colombianos asesinados, torturados o víctimas de abuso de sexual, como les ocurrió a las tres mujeres en el CAI San Diego en Bogotá.

Si la explicación de las “manzanas podridas” fuese cierta, no sería menos grave. Significaría que estas -que son muchas- se gobiernan solas; ni el Presidente ni el Ministro ni el General son autoridad dentro de la policía. Sin embargo, sus temibles actuaciones responden a una ideología política promovida por el partido de gobierno, defienden la institucionalidad y procuran la eliminación física del “enemigo mamerto” que se atreva a protestar o poner en tela de juicio el accionar de las autoridades. Mejor dicho, tenemos unas manzanas podridas fuertemente armadas masacrando a diestra y siniestra a la población sin ningún tipo de control, al tenebroso estilo chulavita de los años 50.

Salir a protestar conllevará asumir la responsabilidad de poder caer muerto, torturado o capturado: es el mensaje del Gobierno Duque. La respuesta ciudadana debe ser el abrazar la esperanza, la solidaridad, la empatía y movilizarse masivamente para exigir democracia y justicia social. En todo caso, vencer el miedo. Que la fuerza de la costumbre no sea superior a nuestros anhelos de paz. Ir en contravía de la violencia y la injusticia es la característica de los miles de jóvenes que se movilizan, que luchan y sueñan con un porvenir mejor. Ojalá el país esté a la altura de la juventud.

DANIEL FELIPE SOTO MEJÍA

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