En la columna publicada en este diario el pasado domingo, Andrés H. lanza una pobre defensa de su administración. Y bautiza como “irracional antipatía” a las voces que critican su gobierno. En días pasados ya había ofrecido un desafortunado show a los ibaguereños, e incluso, defendió a su socio político Luis H., quien, según él, había dejado los escenarios deportivos “con obras andando y con plata”. ¿Será que los ibaguereños tenemos que soportar un constante y vergonzoso espectáculo de insultos por parte del alcalde y su gabinete cada vez que su gestión es criticada?
Colombia es un país de elecciones. Apenas pasan los comicios de Congreso y Presidencia y ya debemos asumir las regionales. Y como siempre, esta contienda electoral es decisiva para el futuro de los municipios y departamentos. Como es habitual aparecen decenas de candidatos para las corporaciones públicas locales, alcaldías y gobernaciones; y como es costumbre, prometiendo ‘puentes donde no hay ríos’.
Uno de los episodios memorables de Cien años de soledad fue cuando el recién nombrado corregidor de Macondo, don Apolinar Moscote, llegó al pueblo y como primera disposición, ordenó que todas las casas fueran pintadas de azul. Apenas se enteró José Arcadio Buendía, entró en cólera y sin importarle que la nueva autoridad había sido designada por el Gobierno Conservador, le advirtió que no podría obligar a la gente a soportar ese azul partidista y que en Macondo, dijo “no necesitamos ningún corregidor porque aquí no hay nada que corregir”.
Al revisar el informe de rendición de cuentas 2020 de la Alcaldía de Ibagué, principalmente la dimensión 4 Compromiso Institucional, no pude sentir otra cosa más que vergüenza, mal genio y pena ajena. No se necesita realizar un ejercicio interpretativo estricto para comprender lo que significa un cero como indicador de gestión de lo corrido del año. Esta cifra no es invento mío o una equivocación de interpretación, es simplemente lo evidenciado en el informe presentado por la Administración municipal.
Las expresiones cargadas de emotividad favorable corren el peligro de ser usadas políticamente. El filósofo Charles Stevenson las denominó “definiciones persuasivas”. Consisten en aprovechar la favorabilidad popular que tienen ciertas expresiones para usarlas con fines distintos a su significado semántico o terminológico. Es el caso de la palabra “democracia”. ¡Cuántos vejámenes se cometen en su nombre!
El acto de contrición debe ser franco, espontáneo y sentido. Pedir perdón debe ser una manifestación de sincero arrepentimiento que conlleva la aceptación del hecho reprochable y la firme promesa de no repetir el comportamiento. En este proceso, la empatía juega un papel primordial. Si el responsable del daño no logra entender el dolor ajeno provocado por su conducta, el pedir perdón es un acto vacío, vil y revictimizante. En otras palabras, una burla a las víctimas.
Quizás por la poderosa fuerza de la costumbre sea tan difícil concebir una Colombia sin violencia. Tal vez por el derramamiento constante de sangre, la vida haya perdido su valor. Nos habituamos tanto a la muerte violenta, que unas más no dejan de ser simples episodios del día. Ir en contravía de la muerte resulta un sueño peligroso, más si se es líder social, campesino, indígena, mujer, afro, joven.
Mientras algunos países fortalecen el Estado del Bienestar con políticas sociales como el mínimo vital o renta básica, en Colombia, el Gobierno pretende implementar la “hipoteca inversa”.