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Votarán hastiados de una serie de decisiones erróneas tomadas una tras otra y defendidas contra fácticamente porque la evidencia de los datos que entregan instituciones gubernamentales han demostrado que son políticas erradas. La droga, por ejemplo, para no hablar de la seguridad democrática y su inigualable resultado de falsos positivos, se produce más que hace cuatro años, y que hace ocho. Se pasó de menos de 15 mil hectáreas en la época de esplendor de los carteles en los ochenta, cuando no era perseguida, a cerca de 250 mil hectáreas tras cuatro décadas de supuestamente prohibir su cultivo con un costo incalculable de vidas humanas y millones de dólares. La cantidad de cocaína exportada nunca dejo de aumentar, ni de crecer su consumo, ni se pudo parar el lavado, ni la entrada de ese dinero en la política corrompiéndolo todo. ¡Ay hombe! como diría el Ñeñe Hernández. Igual sucede con la economía, que, tras la caída del muro de Berlín, tuvo un crecimiento mundial sin precedentes en la historia producto de la globalización y las políticas neoliberales. Sin embargo, Colombia tuvo un crecimiento de media tabla entre los países latinoamericanos, que a su vez crecieron a ritmos muy inferiores al sudeste asiático, con un PIB per cápita por debajo de países que creemos ver por encima del hombro como Bolivia, Costa Rica, República Dominicana o Cuba (celag.org 2019). Sí, hasta la izquierdosa, bloqueada y antidemocrática Cuba creció más que nosotros. Esto sin contar la caída de los últimos años, tras las malas medidas económicas de Duque durante la Pandemia. A diferencia de la mayoría del continente, Colombia no aprovechó esos 20 años de bonanza para cerrar la brecha social, educar mejor a su población, o disminuir la pobreza. Por el contrario, la desigualdad aumentó hasta ser de las más altas del mundo y llegamos a una pobreza del 39.3 % (DANE 2022), siete puntos más que el promedio latinoamericano (32.1 % cepal.org). Igualmente, un pequeño número de colombianos, cada día más ricos, benefician a un valioso segmento de la población con sus inversiones en finca raíz y grandes negocios, pero no alcanza para sostener un andamiaje basado en fracasadas políticas económicas; así sus periodistas prepagos, sus analistas mercenarios y sus medios de comunicación digan que puede haber algo aún peor. Por eso la decisión de no apoyar al candidato del gobierno no es comunismo, ni mamertismo alguno, sino sensatez. Cualquier votante entiende que, si nuestro equipo de gobierno ha demostrado estar conformado por unos troncos que solo hacen autogoles, lo más sensato es nombrar otro director técnico que ensaye con otros jugadores. Cambiar de nómina, no puede ser más riesgoso que seguir con quienes han ganado las elecciones y perdido todos los partidos.
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