Es cierto que algo parece estar sucediendo con los eventos literarios, una suerte de cambio de tendencia que se viene apreciando desde hace ya algunos años en diversas latitudes.
Los primeros indicios con los que comencé a construir la sombra de una sospecha los percibí a bordo del sistema métrico de la ciudad donde, con ánimo meramente científico, empecé a chismosear durante mis trayectos cotidianos los títulos de los libros que leían sus pasajeros como un ejercicio rigurosamente académico que pretendía tomarle el pulso callejero a la literatura.
Usted puede que no lo sepa, pero desde hace 15 años la Biblioteca Nacional de España dispone una parte de sus recursos para la búsqueda y el almacenamiento sistemático de los memes más relevantes de cada momento.
Gueorgui Gospodínov, el más reciente ganador del International Booker Prize inglés por su flamante obra “Las Tempestálidas”, estuvo de paso por Madrid para promocionar “Acerca del Robo de Historias y Otros Relatos”, un collage narrativo originalmente publicado hace más de dos décadas que debuta en nuestras sobremesas de la mano de Impedimenta, sello que también imprime a su amigo Mircea Cărtărescu, sólido candidato rumano al Nobel y a quien Gospodínov no dudó en increpar enviándole por Whatsapp una foto de nosotros, el público asistente, contribuyendo así a la sana rivalidad entre ambos por quién llena más sótanos de librerías a lo largo del mundo.
Un par de semanas atrás, y luego de haberse disipado el suspense brumoso del “Supermartes” que nos dejó agendada una más que anunciada revancha entre Donald Trump y Joe Biden el próximo noviembre, The New York Times se preguntaba con auténtica preocupación si Estados Unidos estaría sufriendo un episodio de amnesia colectiva que, a raíz de los nefastos eventos de los últimos años (Covid-19, invasión rusa, inflación desbocada, guerra contra Hamás, etc), estaría haciendo que los recuerdos sobre la presidencia de Trump se diluyeran en el imaginario colectivo de la nación, lo que explicaría la paliza que le dio a sus rivales en las primarias republicanas y el estar encabezando múltiples encuestas de intención de voto.
La voz se corrió rápidamente durante las pausas de café de todas las oficinas de Madrid. Cada vez más personas reportaban haber visto filas inexplicablemente largas de personas tanto en Avenida de América como en otras estaciones de metro con gran afluencia de pasajeros. Todas alineadas obedientemente a la espera de que un entusiasta impulsador con aires de geek tecnológico, bajo el logo de la empresa WorldCoin, les escaneara el iris de sus ojos con una cámara de gran resolución incorporada a un voluminoso orbe metálico de ecos futuristas. A cambio, cada uno recibiría en una billetera digital el equivalente a 80€ en el bitcoin propio de la compañía (algo como $340.000).
Todo aquel transeúnte, bien turista o local, que deambule por la estación Plaza de España del metro de Madrid, sepultada bajo los metros cúbicos de hormigón que en la superficie aguantan las toneladas del mastodóntico obelisco de granito que celebra a Don Quijote de la Mancha y a su fiel Sancho Panza, descubrirá con no poco asombro que el verdadero homenaje a la obra cumbre de Cervantes se esconde en los andenes donde los pasajeros aguardan el tren y no en aquel altar colosal que impunemente rinde culto cómplice al selfie fácil.
Difícilmente la conversación en torno a los copyrights volverá a estar tan en boga como a principios de año cuando el primer Mickey Mouse que protagonizó el cortometraje “Steamboat Willie” pasó a ser de dominio público.
Ni el más fanático jurista de toda la península ibérica contaba con el revuelo literario que provocaría la primera sentencia de este año que saldría de las dependencias civiles de la Audiencia Provincial de Valencia (con identificador SAP V 1/2024, para los lectores curiosos), el equivalente español de nuestros Tribunales Superiores criollos.