Venezuela, el desafío

Guillermo Pérez Flórez

Si alguna lección le debe dejar la crisis venezolana a Colombia es la importancia que tiene en las relaciones exteriores tener una política propia y autónoma. El descalabro de la administración Duque en esta materia es mayúsculo. Se subestimó a Nicolás Maduro de manera casi absoluta y se creyó que bastaba con seguir y amplificar el libreto de Washington, y el desacierto ha sido total. A esta altura del partido estamos casi en cero. Salvo que se produzca un milagro, las elecciones de hoy sólo servirán para consolidar el régimen.
PUBLICIDAD

Venezuela es el mayor desafío de Colombia en política exterior. No solo compartimos 2.200 kilómetros de frontera porosa, que se ha convertido en un territorio propicio para el crimen trasnacional, sino que tenemos casi dos millones de migrantes venezolanos, muchos de los cuales deambulan de un lado para otro, sin encontrar condiciones dignas para poder vivir y a merced de mafias que aprovechan la tragedia para lucrarse. Pese a ello, no estructuramos una política y nos montamos en la ola antichavista, en busca de réditos electorales. Venezuela es para Colombia un caso típico de lo que se llama ‘inter-méstica’, un asunto de política internacional con importancia doméstica. Una cuestión con la que no se puede jugar de manera irresponsable ni hacer demagogia, pues son muchos los intereses internos en juego. La crisis venezolana se ha manejado con el corazón caliente, cuando todo aconsejaba que se hiciera con un bloque de hielo en la cabeza, y quizás con un pañuelo en la nariz, para utilizar la expresión de Rómulo Betancur, recordada por Gonzalo Oliveros, en entrevista que tuvo a bien concederme el pasado miércoles en Perezcopio, junto con Raúl Gallegos.

Duque apostó a que “la caída de Maduro era cuestión de horas”. (En honor a la verdad, también yo llegué a pensarlo). Le tendió tapete rojo a Juan Guaidó y le rindió honores presidenciales en una frontera polvorienta infectada de contrabandistas paramilitares; se subió en un bus destartalado llamado ‘Grupo de Lima’; auspició la estridencia egocéntrica del millonario Richard Branson de organizar un concierto en la frontera para supuestamente recaudar fondos destinados a ayuda humanitaria, cuando en realidad solo tenía como objetivo derrocar a Maduro; siguió las instrucciones golpistas de Bolton y Abrams, pensando en que Trump tenía todo atado y bien atado, y el resultado fue un verdadero fiasco. Han sido las horas más largas de la historia. Dos años y medio después, no hay nada. Pero nada, nada.

Cuba ha confirmado que en política exterior el tamaño no importa. Una pequeña Isla, bloqueada y empobrecida, pero con dignidad y con un organismo de inteligencia que aprendió a lidiar con los gringos, ha logrado ayudar, ¡y de qué manera!, a sostener un régimen que muchos creíamos moribundo. Maduro sigue en el poder, sin fecha cierta de caducidad. A todo parecer antes se irá Duque. El problema hoy es más complejo que ayer. Aunque cueste y duela reconocerlo, el ‘burro’ de Maduro nos ha ganado la partida. Tras el regreso de los demócratas a la Casa Blanca, La Habana es de las poquísimas ventanas de solución que quedan para resolver esta costosa y prolongada crisis. Ojalá aprendamos la lección.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

Comentarios